Permíteme hacerte una pregunta: “¿Cómo te sentirías si en tu familia, tu grupo de amigos, el trabajo, la uni, el insti, el cole o donde sea, no te miraran a los ojos, te dejaran de lado, no hablaran contigo, o incluso te trataran mal?”
Puede que pienses en una situación parecida que ya has vivido, entonces, ¿cómo te sentiste?
Para solo 1 min y piensa. Imagina la situación.
Llegas nuevo a un lugar y te reciben dándote un portazo. No quieren saber nada de ti, por el simple hecho de ser diferente, venir de otro lugar, pensar de manera distinta, tener otros gustos, lengua, religión…
A mi se me hace un nudo en la garganta.
Pues en este mes de septiembre, nuestra parro pide en sus intenciones por los inmigrantes y refugiado, personas como tú y como yo, que han dejado su país, su vida, por diferentes razones desde necesidad y falta de recursos hasta la guerra. Y se van a otro; vienen aquí, quizá, creyendo que mejorará su vida o por lo menos será diferente. ¿Y nosotros qué hacemos?
Leyendo las palabras del Papa Francisco se responde a esta pregunta: “Las personas migrantes, refugiadas, desplazadas y las víctimas de la trata se han convertido en emblema de exclusión porque, además de soportar dificultades por su misma condición, con frecuencia son objeto de juicios negativos, puesto que se las considera responsables de los males sociales. La actitud hacia ellas constituye una señal de alarma, que nos advierte de la decadencia moral a la que nos enfrentamos si seguimos”
Demoledor.
Pues tras leer estas palabras entre lágrimas, un atisbo de esperanza apareció al recordar un bellísimo momento de este verano.
Nos íbamos a Daroca, un pueblecito de Zaragoza en el que se celebra un curso de música antigua, y algunos compañeros decían: “Hay que llegar pronto si queremos coger las camas buenas que si no nos las quitan”. Pues con este aviso, nos encaminábamos mi primo y yo para allá, llegando al pueblo los primeros.
Y cómo no, Dios, que es infinitamente bueno, nos acogió dándonos una lección.
Apareció a nuestra llamada una señora, que nos dijo que deberíamos esperar al resto de nuestros compañeros y por la tarde ya podríamos ir a coger habitación, pues las estaban adecuando. Esto, según dijeron todos, nunca había pasado. Se extrañaron y con su afán…nos volvió a frenar.
“Chicos, hay que saber esperar. El pueblo de Daroca ha acogido a inmigrantes y refugiados ucranianos que han venido buscando una mano amable que les ayude y les dé cobijo” Y ellos recibieron las mejores habitaciones.
Todos nos quedamos petrificados. Y unos empezaron a decir, “De verdad. Mira que darles a ellos más ventaja que a nosotros…”
Esto creó cierto resquemor entre los alumnos del curso y los emigrantes ucranianos.
¡Ay señor!, ¡cuánta paciencia tienes!
Bueno, pues resumiendo la historia…dejad que los niños se acerquen a mí.
¿Quiénes si no fueron los que dieron el primer paso sin ningún tipo de prejuicio o vergüenza y con educación?
Los niños.
Pues sí. Ellos empezaron a hablar con algunos de nosotros, aunque al principio fue complicado, no nos entendíamos del todo bien. Luego hubo una respuesta común por interesarse en lengua, cultura, vivencias… Jugamos con ellos al futbolín, contábamos chistes y estaban deseando que volviéramos de estudiar para pasar tiempo con ellos. Los padres empezaron a conversar con nosotros también y una tarde muy especial, les estuvimos cantando y dando con música nuestro amor. No se me olvidarán las caras de las señoras mayores y la madre de un bebé que no quería irse y quería que siguiéramos cantando. Su emoción, sus caras de tristeza, vacío y dolor, se esfumaron y se veían rostros alegres, sonrientes y puros.
Finalmente, llegó el día de irnos y uno de los peques que más se había familiarizado con nosotros, se vino hasta a la piscina a jugar. Y volviendo al albergue, lo que verdaderamente me hizo reflexionar fue que cuando estaban unos cuantos enfadados por cosas que pasan en los cursos, entró el peque y mientras jugábamos al futbolín, paró de repente y fue a abrazar a uno de los chicos de la discusión, diciéndole: “Drug”
No sabíamos que quería decir, pero él lo volvió a repetir sin dejara de abrazarlo con todas sus fuerzas hasta que el chico le respondió devolviéndole el abrazo y repitió lo que decía el niño.
Con una sonrisa que iluminó toda la habitación, dijo: “Amigo, drug”
El tiempo, darse a los demás, el no juzgar, sonreír, jugar, cantar, en fin, amar, hizo que unas personas que estaban atormentadas, tenían miedo y se encontraban solas, incluso no se quería estar con ellas al principio, fueran al menos esos 14 días, felices.
Al fin y al cabo, ¿qué es sino ser cristiano? Amar al prójimo como a ti mismo y más aún cuando te necesita y te quiere.
La sala se llenó de paz y amor. Y estoy convencida, de que todos y cada uno de las personas que hicimos el curso y vivimos con estas personas sentimos que pudimos llenar de esperanza, paz y amor los corazones de estos inmigrantes y refugiados haciéndonos así amigos suyos, de la mano de Jesús.