…la “conversión” para el “perdón de los pecados”… (Lc. 24, 47). El Señor, por medio de Lucas, nos habla de una conversión para el perdón, que primero empieza por nosotros y, una vez que tenemos este regalo de Dios, una vez que lo vivimos, después lo llevemos a los demás: proclamarlo a todos los pueblos.

Lucas, con “perdón de los pecados”, nos está hablando de una liberación, de una salvación. No tengamos nunca una visión reduccionista o pobre sobre lo que es el pecado: no es la mera trasgresión de una ley o mandamiento; un pecado es lo que nos divide interiormente, lo que rompe nuestra comunión con Dios, lo que destruye nuestra armonía con los demás, lo que nos desgarra de toda la Creación. Un pecado es esa falta de amor que aniquila lo que somos: hijos de Dios; hace polvo nuestra dignidad de criaturas creadas a imagen y semejanza del mismísimo Dios…

El pecado te esclaviza, te priva de tu libertad, te ciega ante la verdad, te aleja del Amor. Pues bien, ¡de esto es de lo que Dios quiere liberarte! A esto es a lo que se refiere Lucas. Jesucristo quiere salvarte del Mal, de aquello que te hace daño, de eso por lo que -aunque sigas vivo- vas muriendo lentamente, porque realmente te mata. Dios es tu liberador, el que rompe las cadenas de la esclavitud. El Amor -así llama San Juan a Dios- quiere salvarte, porque te quiere más que lo que tú te quieres a ti mismo, y no quiere tu mal; quiere que vivas en plenitud.

…el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos… (Lc. 24, 46). Todos tus pecados tienen un coste (¡hay que destruirlos!). Por ello, alguien tiene que pagar ese precio, esa fianza… alguien tiene que morir: tú o Él. Por eso, cargó con todos tus pecados, dio su Vida por la tuya, murió en tu lugar (se puso en el patíbulo que a ti te correspondía ocupar). Porque te ama. A los tres días… ¡resucitó! Él es la Vida, Él es Jesús, y no está aquí para condenarte, sino para traerte de nuevo a la vida (vivificarte con Su propia Vida), para darte Vida eterna. Te ama. Quiere tener una relación de amor contigo.

Ante este Dios, que es puro amor salvador, liberador… Tú puedes hacer lo que quieras, pero a mí me parece que solo cabe una respuesta: responder al Dios-Amor con tu amor. ¡Convertirte! Quiérete… Déjate liberar por Dios, déjate salvar, déjale entrar en tu vida, déjate sanar, no le cierres ninguna puerta. ¡Conviértete! ¡Renuncia al pecado! ¡Elige el camino de la libertad y abandona el de la esclavitud! No hagas un dios de ti mismo… Y deja que Dios sea Dios.

En palabras de Kiko Argüello: “Convertirse es dejar tu vida en manos de Dios. Deja tú de ser “Dios” y de matar a Cristo en ti. Porque, si tú matas a Dios en ti, estás solo, ¡solo!” Te podrás llenar de muchas cosas, pero si no optas por Dios, continuarás solo. Continúa diciendo: “Escúchame bien: Dios es amor y el hombre que está en pecado está solo. La soledad es el infierno […]. Cristo te puede liberar. ¿Cómo? Ábrete a Él, hoy […]. Hermano, Dios te ama. Es gratis recibir el Espíritu Santo, es gratis ser santos. El Espíritu Santo nos hace hijos de Dios, amigos de Dios”.

Pues bien, acogiendo de verdad a Dios en tu vida, estando toda tu vida poseída por el Espíritu Santo, podrás “proclamar” a todos los que te rodean “la conversión para el perdón de los pecados”; podrás animar a otros, arrastrar a otros hasta Dios, para que los libere, para que los salve, como ha hecho contigo. Para que todos vivamos en la gloriosa libertad de los hijos de Dios.

PD: Esta salvación nos llega a través de los sacramentos. Que no te eche para atrás el acercarte a ellos. Confía en Dios y hazlo a Su manera. No te liberas, no te salvas; es Dios quien te libera, quien te salva. Déjate liberar. Déjate salvar. Anda… ¡déjate amar por el Amor!

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