En el Evangelio de hoy, vemos una vez más a un “maestro de la ley” que trata de pillar a Jesús. Todo empieza con una pregunta:

“¿Maestro, ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”.

Supongo que, por aquel entonces, pocos maestros de la ley conocían esa respuesta, a lo que Jesús le responde con la norma más clara que existe:

“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo”

Hasta aquí todo bien, la norma es clara. Desde pequeños, en catequesis es la primera norma que nos explican a todos, todos los mandamientos se resumen en uno: Amarás a Dios… Como norma es impecable, todo aquello que no sea amar a Dios o al prójimo, es estar contra Dios. Seguramente sea la norma que más problemas a traído a lo largo de la historia, habrá provocado unas cuantas guerras y unas cuantas herejías.

El problema de las normas, es que nunca pueden aplicarse como tal, pues… ¿Quién ama más a Dios?¿O quién es el prójimo?¿cómo se ama al prójimo?

Jesús, para dejarnos claro que no es como seguir la norma y ya esta, nos cuenta una parábola, la Parábola del Buen Samaritano. Un hombre que iba de Jerusalén a Jericó, en el camino se encuentra con unos ladrones que le dan una paliza, el hombre queda malherido en el camino y, por allí, pasan un fariseo y un publicano, personas que correspondían, en teoría, lo mejor de esa sociedad. Nadie cumplía la ley más que ellos. Nadie hacía más por su pueblo que ellos. Sin embargo, estos dos miran para otro lado y deciden pasar de largo. Seguramente estos dos personajes tenían mil razones y excusas para no pararse allí. Finalmente, pasa un Samaritano, una persona despreciada en aquella zona, y es quien ayuda. Jesús acaba este relato, preguntando quién fue el prójimo, a lo que el maestro le respondió que quien practico la misericordia.

Seguramente, los que mejor cumplían la ley fueron los otros dos. Quizás tenían miedo de ser atacados y por eso dejaron allí a ese hombre. Quizás ese hombre malherido era de dudosa condición y no podían ayudarlo. Pero Jesús nos deja clara una cosa, las leyes sin sentido no valen para nada, el prójimo fue quien amó, sin más. A veces la ley es tan clara y sencilla como eso. Sin embargo, no siempre esa misericordia se practica de la forma más fácil. Muchas veces, esa misericordia no es ir a ayudar y escuchar lo que uno quiere escuchar.

No todos los problemas se solucionan por una norma, porque detrás de cada problema, hay una persona totalmente diferente, lo que para uno es amor para otro no. A veces, la mejor forma de ayudar a una persona es hacerle ver lo que no quiere ver. A veces, hacerle encontrarse, no de la manera más bonita.

¿Cuánta gente dice ayudar a la inmigración? ¿Al fin de la guerra? ¿A acabar con la prostitución? Y toda su ayuda es un poco de dinero, que no digo que este mal, es mejor que nada. Pero si de verdad quisiéramos parar todo eso, seríamos capaces de hacerlo. Nos aterroriza una guerra cercana a Europa, y todas las guerras que hay más allá de nuestras fronteras nos dan igual. ¿Cuántas veces somos ese fariseo o ese publicano, mirando a otro lado?

Pues que sepamos mirar siempre que ayuda necesitan los demás, e incluso cuando las cosas se pongan difíciles, luchemos contra la injusticia entregándonos enteramente a la causa, que, en este mundo, todos seamos samaritanos, donde la única norma sea el amor.

Fuente de la imagen: https://www.voltamandria.it/comunita/66-nella-locanda-del-buon-samaritano