Día 31 de confinamiento. Martes de Pascua.

Es cierto que, a lo largo de estos días, mucha gente pasa por procesos de aislamiento, angustia, soledad… Las situaciones de algunos enfermos son duras de verdad. La impotencia que a veces viven los familiares, intentan llevarla como pueden en la distancia. Pero hay sobre todo un momento puntual dramáticamente doloroso, la despedida en el cementerio.

En muchos lugares de España hasta se prohíbe el último adiós. Aquí en Cuenca, siguiendo la última ley, aún pueden 3 personas acompañar al coche dentro del cementerio, con un sacerdote si lo desean. ¿Y cómo ocurre, un día como hoy, por ejemplo? Desde unos minutos antes de la hora que les han dicho por teléfono, una esposa y otros dos familiares esperan a la entrada del cementerio, con una cadena con un candado que sujeta las puertas de entrada. A la hora fijada llega el coche de la funeraria. Dentro, en una caja sellada, el cuerpo inerte del marido. Una cuartilla pegada en la caja, encima, pone su nombre a mano, como para decir que, efectivamente está dentro de ella. Los trabajadores del cementerio, desde el interior, retiran la cadena y abren esos portones de hierro. El sacerdote y la esposa, tras el coche, separados. Detrás las otras dos personas, también separadas. Todos con mascarillas y guantes. Y durante los varios minutos que dura el trayecto, subiendo por allí, silencio. Silencio en todo el lugar. Silencio roto, eso sí, por el continuo quejido angustiado de la esposa. El dolor contenido se deja oír a través de la mascarilla. Dolor, quejidos, lágrimas, en soledad, que no cesarán hasta el final. Al llegar al lugar de la inhumación, los trabajadores cargan con la caja y la colocan, preparada para depositarla ya en su sitio. Una oración al Señor, un Padrenuestro difícil, pero sentido, y la inhumación. Y en breves minutos, los trabajadores han fijado la lápida, manejando yeso y agua con la destreza que estos días han adquirido, más si cabe, en su oficio. Una corona con las palabras escritas del recuerdo de la esposa colocada sobre la piedra daría por finalizado el trabajo. De nuevo, un lo siento a la esposa y ya todo ha terminado. Y todo sigue en silencio. Roto solo aún por el dolor expresado en un grito casi silencioso que no puede dejar de clamar la esposa y, una última lágrima que riega la tierra del campo santo. Tras la pequeña comitiva que sale, las puertas vuelven a cerrarse. Y de nuevo la cadena para sujetarlas. Aún falta una hora para el siguiente cortejo. Es por ejemplo hoy, en Cuenca. Y en el silencio del lugar, la esposa se marchará para continuar con ese confinamiento general que tenemos todos.

Más, a pesar de tanto dolor y tristeza, no dejamos de celebrar que Cristo ha resucitado, y que con Él están en el cielo todos, todos, todos los que de verdad han participado ya con Él en su pasión y muerte. Que ellos, desde el cielo, nos ayuden con su intercesión para seguir adelante y venzamos esta situación con la esperanza teñida de la alegría pascual.