Dia 20 de confinamiento. Viernes de Dolores.

Estamos viviendo ya muchos días en soledad. Si, las redes sociales, los entretenimientos caseros, los móviles nos hacen escapar un poco de ella. Pero está ahí. Y hoy, Viernes de Dolores, recordamos a nuestra señora, la Virgen de las Angustias, en quien la soledad aparentemente adquiere un carácter atrozmente infinito. El mundo, las cosas, la vida parecían haber perdido todo su sentido en aquel atardecer tras aquella muerte ignominiosa en la cruz. María con Jesús, en sus brazos, muerto. ¿Cuántos familiares de las víctimas del coronavirus se han sentido así estos días? Y aún María sostuvo en sus brazos el cuerpo inerte de su hijo desvalido que se deja voltear como se deja a un niño recién nacido, pero ahora, cuerpo muerto para este mundo.

Estos días, los familiares de las víctimas no han podido despedirse de ellas. No las han podido velar después. Si acaso, un vistazo al ataúd en la puerta del cementerio. Y ahí, la soledad llega a adquirir tintes dramáticos. Pero hoy, Viernes de Dolores, recordando aquella escena a las puertas de Jerusalén, iluminadas por los últimos estertores del día de una madre, María, flagelada por el dolor, y limpiando con sus lágrimas el cuerpo yacente de su hijo, sabemos que también sostiene en sus brazos maternales a todas las víctimas de estos días, y derrama lágrimas de amor sobre ellas a las que ama también con amor de madre, porque su maternidad se nos legó desde la cruz. Y ella, la que sostuvo el cuerpo de su hijo al pie de la desnuda cruz, es la que también ha sostenido a todos los que ya no se encuentran entre nosotros, acompañándolos en su entrada triunfal desde la Jerusalén nuestra conquense a la Jerusalén celestial. Con María, Virgen de las Angustias, han dejado la soledad y el dolor de este mundo para vivir la paz y la alegría eternas.

Ofrezcamos por todos ellos hoy nuestra eucaristía.