Día 41 de confinamiento.

Hace mucho tiempo, en el siglo XIV una epidemia (entonces la palabra pandemia no estaba tan de moda), la peste negra, asoló Europa y alrededores. Fallecieron cientos de miles. El horror, el caos, el miedo atizaron a las gentes. Incluso las guerras, las que mandaban entonces, tan fáciles de llevar a cabo en aquella época, cedieron al empuje de la enfermedad. No había fronteras que paralizarse el avance de la peste. Y, como no existían palacios de hielo ni enormes centros de congresos (por supuesto, tampoco los hospitales de hoy), conventos e iglesias se convirtieron en improvisados hospitales, y la propia calle. Solo algunos héroes de entonces, sin uniformes, protegiéndose como podían, intentaban ayudarles sin saber cómo parar aquello. Contagiándose también. Pero ahí estaban. Y los demás… intentado no contagiarse.

Pasó el tiempo. y varios países de Europa decidieron reunirse para buscar soluciones para el futuro. Y se comenzó a poner el punto de mira en el hombre de verdad. Y surgirá el Renacimiento. Y la conquista del Nuevo Mundo. Y se revolucionará el mundo entero conocido y por conocer. Y los artes y las letras florecieron. Y el Dios de la Ira y el Juicio dejó paso, en los corazones que lo deseaban, a un Dios un poco más cercano y en quién poder apoyarse.

Y, hoy no sé si nos hemos olvidado de nuevo de nuestros semejantes en el mundo. El hombre ha conquistado la Luna. El auge tecnológico es impresionante. El mundo “civilizado” goza de una sociedad de bienestar… Pero, en otras partes del mundo, la gente sigue muriendo de hambre, las guerras siguen destrozando familias y países, enfermedades que para nosotros pertenecen al pasado siguen causando estragos donde no existe posibilidad de conseguir ni una aspirina (aunque hoy deberíamos decir mejor paracetamol).

Y entonces nos viene otra epidemia (bueno, pandemia). Y el caos, el honor y el miedo se ceban de nuevo. Y los hospitales se ven desbordados. Y hay que buscar soluciones drásticas. Y de nuevo unos héroes, anónimos, pero reales, haciendo lo que pueden para ayudar, asumiendo riesgos y contagios.

Pero sabemos que, de nuevo, esta situación será vencida. Lo está siendo. ¿De nuevo habrá que buscar soluciones globales para el futuro? ¿Surgirá una nueva corriente que marcará una nueva época?

Sólo se una cosa: Que nosotros sí podemos hacer algo, y es sacar todo lo que de bueno pertenece a la naturaleza del hombre: ese corazón espiritual que todos llevamos dentro, la fraternidad que todos podemos trabajar, el derrumbamiento de los muros que invisiblemente íbamos creando entre las personas por doquier… Vamos, vivir todos más unidos y en la misma dirección.

A veces pedimos un milagro sin advertir que podemos realizarlo nosotros, pero está en nuestras manos.

“Señor, haz un milagro y quita el hambre en el mundo”. El milagro somos nosotros, que podemos solucionarlo.

“Señor, haz un milagro y quita la soledad y la angustia en el mundo”. Y nosotros podemos solucionarlo.

“Señor, haz un milagro y…” Y nosotros podemos llevarlo a cabo.

Todos podemos ser héroes, anónimos pero reales, en la construcción de un futuro mejor.