Día 55 de confinamiento.

He pasado la mañana, fresca al principio, pero con la salida del sol después, con una sensación de que, efectivamente, todo parece que va mejor. Me han tocado varias actividades en diferentes lugares, claustro de la escuela por videoconferencia, atando puntos para el futuro, comienzo de programaciones de Sacramentos para poder llevarlos a cabo a al inicio del próximo curso…

Y en las últimas horas de nuevo la fatalidad recordando que esto aún no ha acabado. Noticias sobre que nos ha dejado, de nuevo, alguien querido, con quien muchas veces compartí encuentros y canciones, o ese otro que se sigue debatiendo contra la enfermedad y cuyas noticias desde el hospital solo nos invitan a seguir rezando para que… bueno, para que la voluntad del Señor sea la que se cumpla siempre, y esperando lo mejor.

Vamos, que por unos momentos sentí la tentación de creer que esto no acabará nunca. O, quizás, simplemente, de que es demasiado duro a veces.

Y entonces, he visto una imagen: la silueta de Jesús cargando con la cruz y una frase: “Hoy tomo mi cruz y sigo a Jesús”. Y he recordado unas palabras de Pablo: “Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”.

Y he sentido dentro de mí el amor con que el Señor se entró por nosotros. Y ese amor es real. Y calma la tensión. Y sostiene la esperanza. E ilumina en la oscuridad. Y en los momentos de duda despierta la certeza de que, al final, todo tiene sentido. Porque él no nos deja. Su amor derramado en la cruz sigue latente. Y entonces comprendo que todo esto no tiene lógica para los sabios y entendidos, sino solo para la gente sencilla. Y, como termina Jesús diciendo: “Sí, Padre; así te ha parecido bien”. Y entonces he recordado, ¡cuánto tiempo hace ya!, aquellas palabras que, en fin, siempre quise que me acompañaran tras personalizarlas en mi ordenación: “lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar lo poderoso. Aún más ha escogido la gente baja del mundo, la despreciable, la que no cuenta, para anular a la que cuenta. Y así, el que se gloríe, que se gloríe en el Señor”.

He descubierto, sí, como San Pablo, que “no se cosa alguna, sino a Jesucristo, y este crucificado”. Y que mi fe intenta no apoyarse “en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios”.

Y aquí, en la Eucaristía, con una carne entregada y esa sangre derramada, recordamos y actualizamos el acontecimiento del Calvario, donde él nos mostró que no vino a juzgar, sino a salvar. Y, por muy sabios que a veces nos creamos, no entenderemos muchas cosas, pero sabemos que él nos salvó, que él nos salva y que él nos salvará.

¿Entenderlo? ¿Comprenderlo? ¡Amarlo! Que “quién no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”. “No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor”.