Puesta en la presencia del Espíritu Santo, ahora sí, me lanzo a escribir estas líneas. ¿De verdad nos creemos lo que decimos, que Dios tiene el control de cada situación? O, ¿qué todo lo hace para sacar un bien mayor? Bien sabemos, que no siempre es fácil, y a nivel humano, estas palabras no tienen sentido; que alguien que dice amarte, permita que sufras, ¡está loco! Sin importar cuál sea nuestra enfermedad, hay algo que queda claro: Dios es bueno y está con nosotros antes de que lo invoquemos. Has de estar convencido, de que, si Dios ha permitido que sufras una enfermedad, Él tiene propósito en esto, tú solo preocúpate de que sea glorificado en medio de esta prueba. En ocasiones, nos hemos podido saber bendecidos, ya que (aunque no inmediatamente) Dios ha usado nuestra propia enfermedad para que podamos hablarles a otros de Cristo o para poder ser sensible ante el dolor de los demás. Este debe ser nuestro deseo, que vean en nosotros la imagen de Cristo Salvador, siendo cercanos como Iglesia. Señor el que tú amas está enfermo, ¿crees que estas palabras le van a ser indiferente a la persona que te creó? A Jesús nada se le escapa, pero en medio de la incertidumbre, no escuchamos la voz que nos llama. “Él nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier lucha, repartiendo con ellos el ánimo que nosotros recibimos de Dios” (2 Cor 1, 4). Si algo es cierto, es, que la enfermedad nunca nos viene bien. Pero la verdad es que la tribulación es uno de los recursos más eficaces que Dios usa para atraer nuestra atención, ya que Dios habla mediante la enfermedad. Su propósito es nuestro bienestar, no nuestra felicidad a corto plazo. A veces, esto significa que Él permitirá que enfermemos, y mediante este nos hará experimentar nuestros límites, hasta preguntarnos ¿dónde está Dios? La respuesta es muy fácil, donde Él se nos ha mostrado: colgado del madero de la Cruz, haciendo suyos nuestros sufrimientos. Ahí muestra su amor sin límites que llena todo el vacío del hombre. Por lo tanto, por su pasión, muerte y resurrección ha dado un nuevo sentido a la enfermedad. En mi experiencia, Dios me ha enseñado a tener un corazón agradecido aprendiendo a depender totalmente de Él, reconociendo mi pequeñez.

He aprendido a tener bien claro que no debemos poner nuestra mirada en las cosas de este mundo, que son temporales, sino ponerlas en las cosas de arriba, que son eternas. Y tú seguro que, si no lo estás, has estado en esta circunstancia alguna vez, ¿qué has aprendido en medio de tu enfermedad? Al Señor no le importa romper las leyes, es la persona lo que le interesa. De la enfermedad, saca aspectos buenos, podríamos decir que es la puerta de Cristo. Curioso cómo se convierte en una puerta para que Dios pueda entrar y quedarse en nuestra debilidad (del todo a la nada). Al final, Dios pone estas pruebas para que purifiquemos nuestro amor (demostrándoselo) cuando nos es difícil verlo y reconocerlo. El mayor de los ejemplos es Cristo, y es el que ha tenido una particular predilección hacia los enfermos. Por lo poco que sé, puedo decir que ha preferido a los que sufren; a los confiados, y que no ha venido para eliminar todos los males, sino para liberarnos del pecado, causa de todos los males; es decir, se ha querido identificar con el enfermo (Mt 25,36). A su vez, ha instituido dos sacramentos para los enfermos: la Eucaristía y el sacramento de la unción de los enfermos. Me atrevería a decir que Dios permite el sufrimiento para probarnos y hacernos crecer tanto humana como espiritualmente (2 Cor 4,16-18). Tenemos que decirle: Dios yo no sé lo que estás haciendo, pero sí sé que tú lo sabes y eso me basta (con confianza, sin encerrarnos en nuestra seguridad). Nuestros sufrimientos no son nada comparados con la gloria que un día se nos manifestará, quizás si valga la pena, piénsalo. Dios prueba, pero no tienta. Quien no es tentado, no es probado, y quien no pasa por la prueba, no adelanta decía San Agustín.

Abandonados en su intercesión, confiemos diciendo Salud de los enfermos, ruega por nosotros.