Esta pequeña reflexión es un reflejo de lo que quedó en mi corazón y en mi mente tras leer el
evangelio según San Marcos (4,26-34), pues este evangelio me llevó sin duda a recordar mis
primeros pasos en la iglesia, mis primeros encuentros con el Señor, mi búsqueda vocacional
en la Fe y sobre todo ver como el Señor siempre se hacía un hueco en el corazón de todos
aquellos que iban a Él tuvieran la edad que tuvieran, desde los más jóvenes y puros a los más
mayores y bondadosos.
Recordar estos primeros momentos es lo que me da muchas veces esa fuerza que necesito
para seguir adelante, aquellos momentos donde yo sentía como esa llama de la que tanta
gente hablaba comenzaba a encenderse y a hacerse cada vez más grande dentro de mí. Con el
tiempo esa presencia de Dios puede volverse o mejor dicho puede parecer que se nubla un
poco o incluso que la perdemos de nuestra vida, por desánimo, desesperanza o por tiempos
difíciles pero no nos debemos resignar y dejarlo todo ahí.
Por eso debemos volver a esos primeros tiempos de conocernos, de compromiso e incluso de
enamoramiento. Volver a eso es volver al amor puro, con el que todo cobra sentido y todo es
mucho más fácil. Pero a todo ello también hay que ponerle las mismas ganas que le pusimos
al principio junto con la paciencia, como dice San Pablo “para cumplir la voluntad de Dios y
alcanzar la promesa”. Y es que a menudo nos es más fácil desanimarse y tirar la toalla, pero
no se nos debe de olvidar en quien dejamos toda nuestra confianza y del que nos da la fuerza
para seguir luchando, en medio de tanta negatividad.
Esto fue lo que por mi cabeza pasó tras leer este evangelio y con el que aprendí una vez más
con el Señor, sabiendo que nuestra Fe se parece a aquella semilla que va germinando y
creciendo sola, sin saber como, hasta dar su fruto y aún siendo como el grano de mostaza, la
más pequeña de las semillas.