“Lo reconocieron al partir el pan…”

Lc 24, 31

            Probablemente estemos ante uno de mis evangelios favoritos. Y es que… este relato tan sencillo, cuanto nos cuesta entenderlo… Emaús…¿cuántas veces nosotros, en nuestros caminos, vamos más pendientes de nuestros problemas, que de todo lo que tenemos a nuestro alcance para disfrutar?

            La primera impresión, cuando uno lee este pasaje es pensar que estos dos peregrinos eran unos “empanados” y que nosotros si viésemos a Jesús lo reconoceríamos, seríamos mas listos que ellos…

            No voy a haceros pensar en cuanta gente de la que nos repugna se nos aparece este Jesús y no lo reconocemos. Pero sí en esa gente que nos quiere ayudar.

            Jesús, como siempre, jugó con ellos, pues esto no había cambiado en él, pero… ¿Por qué haría esto? La verdad es que yo no sé responder a esa pregunta, pero me encanta cuando lo hace, supongo que es porque en esas pequeñas “bromas”, por llamarlas de alguna manera, podemos reconocer la cercanía y el amor de Jesús, como un amigo. Ellos le explican todo a Jesús, como si él no supiese nada, de aquella muerte tan cruel, le cuentan también esos rumores que ya al día siguiente se oían.

            Y entonces, Él, les dice: “¡Qué necios y torpes sois!”. Yo no sé vosotros, pero yo soy incapaz de imaginarme esta escena sin un Jesús sonriente. Y supongo que estos discípulos ahí ya verían algo raro, y después seguiría contándoles las escrituras, y todo esto a esos dos amigos les haría al menos preguntarse: ¿Quién es este hombre tan misterioso?

            Y sin saber aún quien era, le piden que se quede con ellos, como si quisieran escucharlo más aún, como si esa tristeza que traían por el camino fuera menos tristeza y más paz en su presencia.

Pero entonces llegó el momento… por fin lo reconocen, al partir el pan, pero Él desaparece, como si ya no fuese útil, como el que ya lo ha revelado todo. Y entonces en esa fracción del pan, lo entendieron todo, de repente, en un instante, todas esas lecturas del antiguo testamento sin sentido, todas esas referencias de Jesús dejan de ser una aglomeración de ideas bonitas pero sin sentido a ser un todo de una fe.

¿Cuántas veces a nosotros nos ha pasado como a estos dos “empanados”? Tenemos un problema, una tristeza… Y en nuestras narices está él, haciéndose el “loco”, pero aún así diciéndonoslo todo. Diciéndonos lo necios y torpes que somos, y nosotros no hacemos ni caso.

Pero bien, no se puede pasar de largo en este relato una cosa… Esa referencia al “ardor del corazón”, mientras Él les explicaba las escrituras. Se que esto suena muy cursi, pero ese ardor, yo no me lo imagino de otra forma que el que siente un enamorado, en esos días en los que él aún no se ha dado cuenta de lo que siente por la otra persona, pero que nota un algo en el estómago. Y es que, esto es lo que se siente al tener contigo al amor de los amores, es imposible sumergirse tan solo un poco, en ese amor de Dios, sin que a uno se le remuevan las entrañas.

Así que es fácil, solo eso, solo enamórate, enamórate de ese Jesús Resucitado y sonriente que tienes delante, enamórate de aquellos en los que se te presenta, y déjate consumir en ese ardor, en el fuego del amor de Dios, y que te consuma, como a Él lo consumió, eso sí, hazlo como Él, con una sonrisa, pues el amor sin alegría… nos es amor…