¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado. (Lc 24, 5-6)

Bueno, aquí nos encontramos con algo que nos hace pensar muchas cosas… y una de ellas, por ejemplo, es, si después de tanto tiempo, nosotros recordamos a Jesús, como el Hijo de Dios, una buena persona que hizo cosas hace mucho y esas cosas nos pueden ayudar a afinar nuestra vida, o si realmente Dios, nuestro Señor. El hombre que nos tiene tomados de la mano siempre, aquel sin el cual no podríamos caminar. Y es lo que debemos pensar, ¿Qué es para nosotros? Si una figura histórica antigua que nos dejó enseñanzas para guiarnos un poco, o si además de todo eso es Dios. Alguien que sigue tan vigente como el día en que nació. Y ya no solo lo vigente en nosotros o en sus enseñanzas, sino también vigente en todos los necesitados. Porque a Jesús no solo se le encuentra en los Evangelios y en la Eucaristía, que por supuesto. También se presenta en los pobres, en los necesitados, en los enfermos… Porque, cada vez que ayudas a un pobre, cada vez que ayudas a un necesitado, cuando visitas en la cárcel a un preso, también estas visitando a Jesús, porque Él está en todos ellos.

Yo, por ejemplo, recuerdo una vecina que yo tenía que estaba muy enferma, y mi madre y yo íbamos a visitarla varios días a la semana, y en su sonrisa y en sus palabras de agradecimiento, en su cariño… Yo ahí encontré a Jesús. Quizás en ese momento no lo sabía, pero mirándolo con retrospectiva, estoy seguro de que lo vi a Él. Y realmente, creo es precioso saber que podemos encontrar a Jesús en los más necesitados. Además, todo ello enlazándolo con el mandamiento: Amaos los unos a los otros como yo os he amado. Si nos amamos los unos a los otros, nos será más fácil encontrar a Jesús en los demás.

 

Las mujeres, entrando en el sepulcro, vieron a un joven sentado en el lado derecho, vestido con una túnica blanca, y se asustaron. Pero él les dice: “No os asustéis”. Buscaís a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí. Ved el lugar donde le pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro que iré delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, como os dijo. (Mc 16,5-7)

La continuación de este Evangelio me parece un poco curiosa y es que, ellas salieron temblando y tenían miedo. Y no dijeron nada del miedo que tenían. Yo creo que a nosotros nos hubiera pasado lo mismo, pero resulta que lo tenemos más fácil. Sabemos el final de la historia. Nos han hecho un spoiler grandísimo. Nos han dicho cómo acaba la historia y aún así nos cuesta entenderlo. Nos cuesta verlo, sentirlo, aceptarlo… A veces somos como ellas. Tenemos miedo y… no decimos nada. Y es que, Jesús es el que ha dado su vida por nosotros, era el crucificado, sufrió en una cruz por nosotros y, ha resucitado.

Y ahora yo me pregunto, ¿qué querrá Él de nosotros? Yo creo que en estos días Él nos pide que no estemos dormidos, que seamos unos jóvenes cristianos y mostremos nuestro amor al mundo, sin salir de casa claro. Pero que el encierro no nos haga encerrarnos en nosotros mismos. A ver, por ejemplo. Yo, personalmente puedo notar a Jesús resucitado en una obra de caridad, en una sonrisa de tu vecino, en un “¿qué tal?” me puede decir un amigo. Me parece increíble lo que cuentan los supervivientes o la gente que se ha curado de la enfermedad. Todos, cada vez que les preguntan o les entrevistan lloran de emoción y se deshacen al hablar de la gente que les ha estado curando, les ha salvado y, sobre todo, ha sido su familia durante una semana, dos…

Si nosotros podemos notar a Jesús resucitado en esas cosas, ¿por qué los demás no lo pueden notar igualmente? Así que, yo lo que creo es que tenemos que ser como Él. Tenemos que ser testigos de su resurrección y que no nos tenemos que asustar. Y tenemos que anunciarlo. Y que mejor forma de anunciarlo que vivir como Él y, demostrarlo siguiendo sus enseñanzas. Sabemos el final, el principio y todo lo que dijo en medio. Así que tenemos que demostrar que somos cristianos y que Jesús ha resucitado.

 

LLega también Simón Pedro siguiéndolé, entra en el sepulcro, y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro, vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos. (Jn 20, 6-9)

Siempre se ha hecho ver a uno de los apóstoles de Jesús, como el incrédulo, que hasta que no vio no creyó, pero realmente yo eso tampoco me lo creo, quizá también debería ver, para creer. Pero… pongámonos en la piel de los apóstoles, imaginad que estáis en aquel momento y que  sois uno de los apóstoles de Jesús, en concreto eres Pedro, y un día, estás tranquilo con Juan, hablando de tus cosas, de las suyas, y llega María Magdalena a deciros  que Jesús, sí, Jesús, el que murió hace unos días, en una cruz, ¡Ha resucitado!, y no, no hace falta que digáis lo que pensais ahora mismo, porque está claro que más o menos, a todos se nos está pasando el mismo pensamiento por la cabeza, quizá no el mismo, pero si uno parecido, no crees que sea posible, pero aún así, vas hacia donde estaba descansando Jesús, y cuando con tus propios ojos ves que lo que te había dicho María era cierto, entonces y solo entonces, te crees que es verdad. ¡Ha resucitado!

Estoy segura de que alguna vez habéis escuchado, “si Dios está en todas partes, porque yo no lo he visto nunca” o  “¿ Por que crees en Dios, es que alguna vez lo has visto?” o  “Si Dios existiese de verdad no hubiese dejado morir a mi abuela” Realmente yo no sabría responder estas preguntas, porque creo que nadie sabe con certeza su respuesta, pero si que voy a dar un contraargumento para cada una de estas preguntas. Sí, Dios está en todas partes, y puede que no te lo creas, pero… ¿tú alguna vez has visto la felicidad?, no me refiero a ver personas felices, sino a ver la felicidad, no, no a sentirla, verla. ¿cómo será? ¿ tendrá una forma parecida a la de una persona o se parecerá más a la de un animal? ¿A que no? Nunca has visto la felicidad, puede que la hayas sentido, pero no la has visto, y aún así, crees en ella. Dios es algo parecido, hay que sentirlo, no pretendas que un día llegues a la cocina de tu casa y Él esté allí haciendote el desayuno. Porque… no, no creo que ocurra.

Claro que no he visto a Jesús nunca, y eso a veces  me hace dudar de si de verdad existe o no. Hay veces que no siento a Dios en mi vida, pero no se como, siempre que lo he necesitado lo he sentido cerca, no sé de qué manera, ni cómo exactamente explicarlo, pero lo he sentido.

Y por supuesto que Dios no querría que tu abuela muriese, pero es que quizá él ya había hecho por ella todo lo que podía, pero entiendo que necesitamos echarle la culpa a alguien o algo de nuestras desgracias , y la mayoría de esas veces es a Dios. Deberíamos ver las cosas de otra manera, Dios no hace magia, aunque nosotros lo creamos, Dios no puede hacer siempre milagros, y entiendo que a veces nos cueste reconocerlo, pero seguro que él ha hecho todo lo que estaba en su mano.

Que difícil es para el ser humano creer sin ver, pero espero que seais felices y después,  de encontrar la felicidad, también sepamos encontrarla en Dios.

 

Carta a Jesús Resucitado

Querido Dios,

Otra Pascua empieza de nuevo, y siéndote sincera, en mi cabeza siguen apareciendo continuamente las mismas preguntas. Y… ¿sabes? No son las preguntas las que me inquietan, sino la idea de que quien tiene la respuesta eres tú. Nunca plasmo en un papel lo que me pasa por la cabeza, pero hoy no sé… Hoy es un día de esos en que me he llenado de inquietudes y siento la necesidad de hacerlo.

Te escribo porque tengo una solicitud muy especial. Esta no es una petición muy común, te quiero pedir algo más grande. No te suplico que intervengas con la paz, que acabes con la pobreza del mundo, que sanes enfermedades o que mis sueños se hagan realidad, aunque sean cosas muy necesarias en estos momentos. La cosa es que quiero conocerte, pero conocerte de verdad.

Llevo mucho tiempo preguntándome quién eres, cómo eres y cómo no eres. Me han dicho cómo te encontraría y bueno, al menos sí se donde no estás. Donde ni siquiera me moleste en mirar. He visto imágenes diferentes de ti, sobre ti e historias personales de muchas personas. También he escuchado que eres amor, y que solo necesito mirar dentro para descubrirte. En mi vida, también he sido testigo de un desenlace sin sentido, y me pregunto ¿por qué ese sufrimiento? ¿Qué quieres que haga yo? Tal vez, lo único que me pides es que te lleve a los demás. Ser tu voz. Ser esa alegría diferente es la de la resurrección, que no debo tomarla como un privilegio que he de disfrutar, sino como un amor que ha de impulsarme al compromiso y ponerlo al servicio de los demás.

Si tuviera la consciencia de lo que esperas de mi en verdad, todo sería más sencillo. Podría perdonar y amar. No me doy cuenta, pero tal vez te quieras servir de mi y si, si puedo iluminarles. Bueno, yo no, pero tu sí, siendo portadora de tu amor.

Y aquí sigo con el propósito de dedicarme a confiar, solo que todavía no sé por qué te estoy contando estas cosas, tampoco se bien discernir lo que me dices. Admito que he tenido mis momentos de duda, pero en el fondo, mi fe en ti siempre ha seguido fuerte.

En estos momentos vaya… cojo la Biblia y la respuesta está delante de mis ojos, como en esta ocasión está lo que me dices: “Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos” Tengo muchas dudas… ¿Cómo puedes servirte de mí si yo ya lo tengo todo planeado? La respuesta está clara. Quieres llevarme por el buen camino para llevarnos a ti. Necesito que me des las fuerzas necesarias para hacerlo, pero necesito ayuda, necesito que me ilumines. Que me ayudes a mirar al mundo desde tu perspectiva. Yo sola no me veo capaz, necesito que me eches una mano.

No se si me llamas de manera ruidosa o si me invitas a ir descubriendo que quieres de mí poco a poco. Ahora mismo, lo único que me sale es pedirte que me des fuerzas para querer apostar por ti, para comprometerme contigo, para no silenciar esos deseos que vas introduciendo en mi vida. En todo esto, si algo tengo claro es que quiero que me enseñes cuál es el camino que quieres que tome. Que me muestres de qué forma quieres que viva. En definitiva, que me ayudes a apostar lo que tú quieres para mí.

Siempre he querido tenerte tiempo, para sencillamente estar más unida a ti, pensar, entenderte, hacer, lo que por falta de tiempo no podía, y ahora mismo puedo. Así que, te pido que me ayudes a distribuir mi tiempo, a distinguir en mi vida lo esencial y lo que no lo es tanto. Hoy voy directa a ti. Te pido que me dejes recibirte para que pueda vivir en ti, por ti y para ti. Eso es lo que realmente quiero, más que cualquier otra cosa. Y para poder hacerlo siento que realmente debo conocerte. No te estoy pidiendo una prueba para saber que existes, porque eso ya lo he sentido. He tenido experiencias en ti, y de eso no tengo duda. Cada día me das la fe para creerla. Conforme más te busco, me enseñas que eres el Dios de lo cotidiano. Es ahí donde realmente te podemos encontrar. Porque lo que está editado por ti nos sorprende, dando un toque diferente a nuestra vida.

Más que milagros para poder cambiar lo que yo no puedo, prefiero que me llenes de fuerza para enfrentar el día a día, que me indiques dónde dar mis pequeños pasos. Pequeños pero constantes. Que me enseñes a ver lo extraordinario, lo que vale la pena y lo que puedo hacer si me dejo llevar por ti y no por las circunstancias. Me llamó la atención la frase de: “lo que Dios quiere darte es mejor de lo que tú quieres pedirle”. Sé que tú, de antemano ya sabes lo que necesito. Pero bueno, necesitaba decírtelo. Quiero sentir tu presencia y reconocerla, para así, ser tu presencia allá donde vaya, en medio de mis amigos, en mi parroquia, en mi familia… Teniendo la certeza de que me entiendes y estás ahí para mí, e incluso cuando soy débil. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.

En todas las situaciones a las que no encuentro salida siento que me respondes. La vida puede ser, pero tú eres más fuerte porque eres mía. Sigue, sigue caminando.

Perdón por todas las veces que te fallo, y gracias por enseñarme a reconocer una vez más que las derrotas y las dificultades son oportunidades para avanzar y crecer. Gracias por haber invadido mi vida, por remover y seguir alterando muchas cosas que creía estables. Gracias por tocar mi vida de esta manera y hacerme descubrir la solución a todas estas preguntas: mi fe en ti.

Guíame, Padre, voy hacia ti y hacia nuestra madre, que es tu madre y mi madre.

Un abrazo,

Tu hija.