No sé hasta que punto, cuando escuchamos la Palabra de Dios, realmente la vivimos, la hacemos nuestra, y dejamos que Dios cale a través de ella en nuestro corazón. Es tan hermosa siempre… ¿Cómo puede pasarnos desapercibida? El salmo por ejemplo, lo hemos repetido una y otra vez: “Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío”. Ay… si fuera verdad. Oh Dios, tu eres mi Dios. Por ti madrugo. Mi alma está sedienta de ti. Mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca agostada sin agua. ¡Dios, como te necesito! Los Evangelios fueron escritos unos cuantos años después de la experiencia vivida por los apóstoles con Jesús durante aquellos 3 años de vida pública. Por eso, a veces, en labios de Jesús se pone un resumen de cosas que él dijo, como por ejemplo, que Jesús estaba manifestando a los apóstoles que tenía que ir a Jerusalén, padecer allí mucho por parte de los que mandaban. Tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. No sabemos hasta que punto los apóstoles iban entendiendo las palabras de Jesús, pero está claro que les hablaba de padecimiento, de sufrimiento y de muerte ignominiosa. Luego traducido con la cruz, los sumos sacerdotes, etc. Eso no le puede caber en la cabeza a gente como Pedro o el resto de los apóstoles. Estaban viendo como Jesús hablaba. Esa ternura que salía de él y reblandecía corazones. Como hacía cosas maravillosas por y para los demás continuamente. Como incluso, cuando algunos iban a por él con aquellas preguntas capciosas, como salía victorioso. Por eso, no les cuadraba que la cosa pudiera acabar mal, porque aunque todavía su fe no era muy clara, al oír hablar tanto de Dios, el Mesías, el Hijo del hombre… ¿Quién le puede a Dios? Esto tendría que acabar bien. Es curioso como la Primera Lectura habla que de Jeremías, también con palabras…: “me sedujiste, Señor, me sedujiste”. Jeremías tenía un corazón bueno, un corazón dulce. Jeremías amaba a su pueblo, amaba a la gente y Jeremías amaba a Dios y seducido por Dios quería cumplir su voluntad. Igual que los apóstoles con Jesús. Si juntan sus palabras, sus obras… de ahí no podía salir nada malo. Jeremías, un corazón bueno, un amor tierno por su pueblo, unas ganas de ser dócil a Dios… de ahí no puede salir nada malo. Pues llega un momento en que Jeremías quiere huir, quiere dejar a Dios, al pueblo y a todo, porque las cosas no son como él esperaba. Claro, esto de pensar humanamente y no poniéndonos en la presencia de Dios… Si tu haces algo bueno, tiene que tener una recompensa, y cuanto más bueno mejor. Pero las cosas no salen como Jeremías pensaba y era fiel a Dios, pero el pueblo empieza a rechazarlo. Hasta querían matarlo. Y al final acaba tan destrozado que quería dejar hasta a Dios. Lo que pasa es que él insiste en que siente un fuego dentro de él que no puede apagar. Y se lo dice a Dios: “Quiero dejarte y no puedo”. No lo entendía porque todavía estaba con sus esquemas humanos, como Pedro con Jesús: “Señor, imposible. ¿Pero qué cosas nos estás diciendo? A ti no te puede pasar nada de eso, lejos de ti cualquier cosa. Eso no puede pasarte. Y Jesús llama a Pedro: “Satanás”. No le podía decir nada peor. Solo porque Pedro le estaba diciendo lo lógico. Supongo que la clave de todo está en esa frase: “Si alguno quiere venir en pos de mi, que se niegue a si mismo, tome su cruz y me siga”. Y humanamente hablando, siempre nos quedamos en los accidentes en vez de la esencia. ¿Es verdad o no que nuestro Señor, la imagen que de él más nos fluye es la del crucificado? Pero no porque nuestro Señor sea alguien que viene a pasarlo mal, a sufrir, a caer destrozado, a ser humillado. No. Él viene a amar, a amar y a amar. Y sus palabras son amor proclamado. Y sus obras son amor realizado. Y él mismo es amor encarnado. ¿Pero es verdad o no que el amor, muchas veces duele? El amor, muchas veces, implica sacrificios tan fuertes que implican un sufrimiento. Pero uno no ama para sufrir. Uno ama porque sencillamente ama. Eso es lo que significa la cruz del Señor. Y la frase real de Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mi, que se niegue a si mismo, tome su cruz y me siga”. Eso no significa que si alguien quiere ser cristiano, quiere seguirme, que no venga a decirme como tengo que hacer las cosas, como quería decirle Pedro, si no que cargue con su cruz, es decir, que ame, ame y ame, y me estará siguiendo, siguiendo sus huellas, sus pasos… Esto es ser cristiano, ser discípulo de Jesús. Nos podemos inventar cualquier otra cosa, pero si alguien quiere ser discípulo suyo, que ame, ame y ame, y estará conmigo. Si nos hemos dejado seducir por él, si alguien quiere venir en pos de mi, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga.