Curiosamente, uno de los santos del que casi no sabemos nada. Que injusto. Y qué poco esperado para el padre de Jesús. Pero, que genial es este José. Ejemplo de tantas cosas sin saber nada claro.

Se casa con una mujer. Viviendo con ella toda su vida sin esperar un amor puro. Cerca de media docena de veces, siempre en sueños, recibiendo anuncios de Dios por bocas de ángeles. El Mesías, el hijo de Dios. Pero que lo verá nacer, sin fiestas ni trompetas, ni cuadros de ángeles alrededor. En una oscura cueva, en un lugar lejano. Que luego tendrá que huir. Y regresando siempre a escondidas, volver a su tierra. Educando a ese niño, hijo de Dios, Mesías, en el más absoluto anonimato. Este es José

Incluso si algo más sabemos es cuando luego, lo pierden en Jerusalén, todavía niño. <<Yo me tengo que dedicar a las cosas de mi padre>>. Y José es genial.

Porque, si uno piensa ¡Oh, Dios! ¿Cómo alcanzar tu presencia? ¿Cómo estirarte para poder alcanzar hasta lo más alto del cielo y llegar ahí a donde tú estás? La respuesta de Dios es tan clara: Hazte pequeño. Cuanto más pequeño, cuanto más sencillo, cuanto menos seas, más serás para Él.

Así es José, padre del Mesías e ignorado por la humanidad de su tiempo. Pasando totalmente desapercibido. No destacando. Siendo sencillo.

Estamos viviendo unos días raros. Raros por llamarlos de algún modo. Todos en casa. Pues este tiempo en casa podemos aprovecharlo para, en nuestra intimidad, acercarnos un rato al Señor. Es tan fácil encontrarlo cuando, en vez de mirar arriba, bajamos la mirada y lo vemos en uno de nosotros.

En la fiesta de San José, que él interceda por nosotros ante el Señor. Y en estos días duros, hagamos alguna oración para poder seguir adelante y que podamos sentir la presencia de Dios dentro de nosotros, desde la sencillez y la humildad. Cada uno en el corazón de su hogar.