Juan, el Evangelista, en su libro introduce solamente siete milagros hechos por Jesús. El de la curación del ciego de nacimiento ocupa un capítulo entero y, bueno, adquiere un relieve excepcional. Daría para mucho, pero…

Si podemos decir que estamos frente a una narración elaborada magistralmente. En un pujar rápido de secuencias donde, el dramatismo se mezcla casi con el humor, la torpeza con la inteligencia, la dureza con la compasión, la cerrazón con la adhesión…

El punto de partida, la descripción, muy sobria, aunque extraña, del milagro. Jesús, unta con barro, obtenido mezclando la saliva con un poco de tierra, los ojos del ciego, y lo manda a lavarse a la piscina de Siloé. Y este, cuando vuelve, ve perfectamente. Ya está. Con un barro hecho con saliva. Y de este hecho inicial parten dos líneas contrapuestas que no pueden acercarse y cada vez se alejan más. Los fariseos, frente a la evidencia del evento milagroso, se cierran cada vez más en su incredulidad. El que fue ciego, por el contrario, se abre progresivamente a la fe.

Pero es un ciego que crea problemas. Se diría que fastidia a todos y su presencia es molesta. Todo comienza con la curiosidad, cuando, los apóstoles ven a ese ciego, acerca del origen de la enfermedad. ¿Quién pecó? ¿Este o sus padres para que naciera ciego? Eso es lo que pregunta los apóstoles. Para quienes, según la mentalidad judía, se unía la enfermedad y culpa. Desgracia y pecado.

Estos días he escuchado, y seguro que muchos, frases como: << ¡Ves! Hay tanto pecado en el mundo que tenía que venir esta desgracia>>. O: <<ya no hay amor en el corazón de los hombres, y por eso, el virus se ha propagado tan fácilmente>>. Y Jesús se pronuncia contra tal interpretación contra el mal. Ni este pecó ni sus padres. Eso es lo que precisa.

El mal está ahí, al alcance de nuestra vista, pero no para que lo expliquemos. No para que elaboremos unas buenas teorías, sino para que lo combatamos.  Volviendo a la historia, los apóstoles se resignan fácilmente a la desgracia, sobre todo a la desgracia ajena. Los apóstoles se contentan con obtener una explicación. No sospechan ni de lejos que aquella situación pueda, ni deba, romperse. <<Has sido siempre ciego, pues ciego debe permanecer para siempre. Se lo habrá merecido. Pero Jesús va a dejar bien claro que la fe no es principio de resignación, si no principio de indignación.

¿Qué estamos rodeados de coronavirus? La culpa es del gobierno, que ha actuado tarde y mal. La culpa es de las manifestaciones esas que se hicieron. La culpa es del gobierno anterior que robó mucho y dejó todo mal. La culpa es de los populistas que no saben ni dejan hacer. La culpa…

Siempre buscando una razón en los demás, claro, para calmar nuestra pobre fe. Y aún nos queda la mayor de las escusas cuando ya no encontramos en los demás. Si Dios es tan bueno, ¿por qué no arregla todo esto ya? Pero él nos ha dado la solución. Vino para que los que no ven, vean. ¿Somos capaces de ver? ¿Queremos ver? Porque sí, somos nosotros los que venceremos al mal. Porque él nos ha dado la fuerza para vencer. A unos pocos enfrentándose en primera línea, arriesgando sus vidas cada día. A la mayoría, sencillamente pidiéndonos que nos quedemos en casa. ¿Es tan complicado? No. Lo importante no es buscar razones culpables, es, sencillamente, actuar, pero de verdad. Cada uno cumpliendo su papel. Y sí, al final, así como el ciego vio la luz del sol, nosotros, un día, volveremos a ver en medio de la ciudad, o el campo. Y podremos fundirnos en un sincero abrazo de amor. Ahora es tan sencillo, quédate en casa y piensa que no estás solo. Jesús, la luz del mundo, está contigo.