QUINTA PALABRA:

“Tengo sed”

Tengo sed, dice Jesús. Tiene sed. Pero sed, ¿de qué? ¿Quería agua Jesús? No sé. No creo. Probablemente, lo último que anhelaba en ese momento era beber agua, aunque ello le fuera a aliviar ligeramente el dolor físico, porque su sufrimiento no era solo físico. Jesús tenía sed de Pedro, tenía sed de Juan, y de María, su madre, y de Judas, quién había sido débil. Jesús tenía sed de toda la humanidad. Tenía sed de ti. Y aún la tiene.

Pasemos por un momento a un plano más real. En lo que textualmente se refiere, Jesús quiere beber agua. Todo soldado que en aquel momento le escucha, lo entiende perfectamente. ¿Cuántas veces nos pide Jesús, en el silencio, o en el ajetreo cotidiano que le prestemos atención? Que tiene sed. ¿Cuál es nuestra reacción? ¿Escuchamos? ¿Le damos agua? ¿Lo cuidamos? O, por el contrario, ¿nos reímos de él dándole vinagre, riéndonos, despreciándolo, ignorándolo?

¿Cuántas veces te dice Jesús que tiene sed, pero esta vez no de agua, sino sed de ti? ¿Te das cuenta de que nada de esto tiene sentido si no es por él? Igual que Dios es imprescindible para ti, tu lo eres para él. Jesús murió por ti, por salvarte, por amor. ¿Hay un acto de amor más grande?

Por eso, Jesús, que moriría minutos después de pronunciar esta frase dice que tiene sed, porque te ama. Porque está profundamente enamorado de ti, y te quiere para llenar el mundo de obras buenas y bellas en su nombre. Porque Jesús te sigue esperando. Te sigue acogiendo siempre, a su lado. Te sigue protegiendo. Al fin y al cabo, un pastor la hasta vida por sus ovejas ¿no? Háblale. Él siempre escucha, siempre entiende, siempre perdona, hasta en la cruz.

Jesús, en ese momento de sufrimiento extremo dice: Tengo sed. También al borde de la muerte se acuerda de ti. Y vive por, y para ti. Una vez más, Jesús te necesita. Jesús tiene sed de ti.