Uno de los primeros milagros de Jesús. ¡Qué sencillo! Y… ¡qué familiar!

Era sábado. Jesús había participado, por ello, en los cultos de la sinagoga. Luego, con sus primeros apóstoles, se dirigió a la casa de Pedro. No parece que viviera la esposa de Pedro, pues no aparece en la escena. Sea como fuere, lo cierto es que Pedro vive con los padres de su esposa (algo corriente en Israel, donde las casas eran más del clan familiar que de la familia sin más). Y la suegra de Pedro estaba en la cama con fiebre. Y “se lo dijeron”. Y no hizo falta nada más. Se acercó a la cama donde estaba postrada la mujer. En estas circunstancias, la gente no solía hacerlo, por miedo a contagiarse y a posibles terribles consecuencias. Las medicinas prácticamente no existían y cualquier enfermedad podía convertirse en peligro mortal (¡cuánta semejanza a lo que hoy estamos viviendo nosotros!). Y allí fue sencillo. Muy sencillo. La cogió de la mano… y la levantó… Y a ella se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Fueron 2 milagros en 1: no solo le desapareció la fiebre, sino que también sus consecuencias: la debilidad, la fatiga, el cansancio posterior…

Se puso a servirles… No hubo gritos de júbilo, ni fiestas. Continuó la sencillez: un grupo de amigos cenando juntos y la suegra de uno de ellos sirviéndoles.

Pero, lo que había hecho Jesús tuvo más repercusión de lo que él hubiera querido. Porque la noticia pronto corrió por Cafarnaúm. Y la gente, viendo lo que él había hecho, quiso acudir a él. Aunque era sábado y no podían transportar camillas ni hacer ningún esfuerzo más. Así que esperaron a que se pusiera el sol, con lo que acababa el día, y entonces, la puerta de la casa de Pedro se llenó de enfermos y endemoniados. Y Jesús los curó. Sin más. Así de sencillo. Y expulsó muchos demonios y como los demonios le conocían, no les permitía hablar. Porque él, que venía a manifestarse como Mesías, lo ocultaba aquí. Y es que aquellos galileos de entonces ardían de esperanza llena de política. Y, el entusiasmo podía llevarlos hacia visiones que no eran las de Jesús. Porque sus milagros debían conducir al servicio, no a las ilusiones políticas. Como la suegra de Pedro que, nada más curarse, se puso a servirles.

Y yo me pregunto: ¿estamos realmente preparados para asumir así el mensaje y la persona de Jesús? Queremos salir de esta pandemia, pero… ¿es para sentiros libres del miedo y contagios y poder tener una vía libre para servir a los demás? Queremos que Jesús nos sane y nos ayude, pero… ¿es para poder acercarnos nosotros a los demás para sanarlos y ayudarlos? Decía San Pablo en la Segunda Lectura: “siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos, débil con los débiles, todo a todos”.

Que sencillo y bonito sería todo si nosotros, nos encontráramos en las circunstancias que nos encontramos sabiendo que el Señor sana los corazones destrozados, viviéramos con él pensando en los demás. Somos cristianos. No debe importarnos lo que sean o cómo actúen los demás. Simplemente, sencillamente, pensamos en los demás, actuamos por y para los demás. Y colaboramos con el Señor en sanar los corazones destrozados para que el Reino de Dios no sea una utopía, sino una realidad, más allá de pandemias y de todo obstáculo en el camino del amor.