Desde que somos pequeños nos hablan de los panes y los peces que Jesús multiplicó para que miles de personas pudieran comer. Quizás muchos de nosotros pensaríamos que Jesús estaba loco al querer dar de comer a aquellos que lo habían seguido desde tan lejos, a todos los que, en ese momento estaban sentados a su alrededor. A pesar de su locura, no cabe duda de que tenemos mucho que aprender de su generosidad, Jesús en ningún momento se planteó echar a esa gente para poder comer tranquilo con sus discípulos, sino al contrario, les invitó a quedarse.  Los apóstoles confían en Él y le dan todo lo que tienen, cinco panes y dos peces, sin esperar nada a cambio.

Cuando se trata de ayudar a los demás muchas veces tenemos en nuestras manos los cinco panes y los dos peces que necesitan los demás, en cambio decidimos quedárnoslos. Pero, es evidente que, si guardamos estos alimentos, con el tiempo, se ponen malos y se echan a perder.

Entendiendo esto, deberíamos saber cómo actuar en ese tipo de situaciones, como los apóstoles, dándolo todo. Así nosotros deberíamos ofrecerle a Dios todo lo que tenemos y por lo que estamos agradecidos. De esta forma, Él nos lo devolverá multiplicado por mil, para que podamos ayudar a todo el mundo, para que el amor llegue a todos los rincones como llegaron los panes y los peces aquel día. Porque este amor es un amor que el mundo no entiende y que Dios lo reparte a los que se acercan, a los que se sientan a su lado como los discípulos.