TERCERA PALABRA:

“Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu madre”

Cierro los ojos y me veo ahí, a los pies de la cruz, observando sin saber que hacer viendo como sufres, sin hacer nada por miedo, angustia, sufrimiento… Sabiendo que estás ahí por todos nuestros pecados, nuestra cobardía, nuestra debilidad, nuestra falta de confianza y de fe. Te estamos causando tantísimo dolor que vas a acabar pagando con tu muerte.

¿Y a cambio de este grandísimo acto de amor por nosotros que hacemos?  Arrepentimiento, aceptación, debilidad… La respuesta es no, en muchas ocasiones te dejamos de lado por nuestros problemas, nuestras convicciones e incluso en ocasiones traición (como judas), negación (como Pedro) …

“Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu madre” Tú sabiendo todas nuestras pegas, nuestros defectos, nuestras deslealtades, no solo decides dar la vida por nosotros, sino que nos entregas a maría como madre de todos y a juan como ejemplo de valentía permaneciendo fieles a ti al pie de la cruz.

Jesús y María, habéis compartido totalmente el sufrimiento: Jesús en la cruz, tu costado es traspasado por la lanza, María, esta lanza traspasando tu corazón. Ella, La virgen, que oía y creyó, nos recibes con el mismo amor con el que recibiste a tu hijo en aquel pesebre, acurrucándonos contra tu pecho, mientras padeces un insufrible dolor tras ver fenecer a tu hijo.  Porque el amor es más grande y fuerte que la muerte y solo a los pies de tu cruz, podemos contemplar el acto de amor más grande.

Pienso en algunas situaciones donde he sentido un gran sufrimiento, un desgarro por dentro, un conflicto personal o incluso la perdida de seres queridos. Y en ocasiones te digo tus propias palabras: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?”.  En estos momentos, donde te necesito a partes iguales que no te entiendo, que te detesto, ahora me pongo a los pies de la cruz.  Te pido que me enseñes a comprenderte, a sentir y guiar mi dolor, mi sufrimiento mi pena. Para que sepa encontrarte de nuevo y me ilumines el camino, fortalezcas mi fe y resuelvas mis dudas con tu amor compasivo.

Porque al igual que te preguntaste y encontraste respuestas, me digo ¿Por qué ella?, ¿Por qué mi familia?, ¿Por qué? Pero también me pregunto ¿cuánto te hago sufrir señor? Cuando no cumplo tus mandatos, cuando pienso en mí, en mí y después también en mí, cuando acudo a ti únicamente porque te necesito.

Pero con cuanta frecuencia te dijo Jesús, confió en ti o hablo contigo simplemente como un amigo más y no porque necesito algo. Pero realmente no somos conscientes de que tu Señor, estas en nosotros siempre, Sin excusas. Podrías decir tú lo mismo de mí. Al igual que María, Una madre nunca rechaza a sus hijos, aun cuando estos sean rebeldes; por tanto, yo también puedo encontrar mi lugar bajo ese manto. Al igual que tu Señor, que sufriste y te redimiste por nosotros, te pido que nos ayudes a sobrellevar nuestros pesares y poder estar unidos a ti más que nunca.

Por eso me pregunto, si yo estaría dispuesta a seguirte son los ojos cerrados, sin miramientos… En estos momentos tan duros para todos, ¿realmente nos han abandonado? Claro que no, sé que no, que ahora solo veo dos huellas mientras camino por la playa, y sé que aunque ahora no lo vea, esas huellas son tus pies que aguanta mi carga e intenta calmarme.