Justo al final de su vida, Jesús nos entrega el mayor regalo que podamos tener los cristianos. Nos entrega la base de nuestra fe y a través de ella, construimos nuestra vida. Jesús nos entrega un mandamiento nuevo: “que os améis los unos a los otros”.

Y la realidad es que, ¿Qué es de nosotros si no tenemos amor?

Ya desde que nacemos empezamos a experimentar las muestras de amor más sinceras, empezamos a tener ese amor. El amor de una madre, de un padre, de la familia que nos rodea. Cuando somos más pequeños, nos vemos envueltos en la palabra amor, tanto en el colegio, como en los primeros años de catequesis y vamos impregnándonos del amor de esa segunda familia que elegimos. Es un amor que alegra, un amor que consuela.

Cuando vamos creciendo, vamos encontrando el verdadero sentido de tener ese amor, y no es que nos quieran, nos mimen o nos hagan un poco de caso. Encontramos el sentido del amor dado. Nos empezamos a dar cuenta de que el verdadero amor no está en lo que recibimos, sino en lo que damos. El verdadero amor está en encontrarte a una persona mayor con la compra y ayudarla. El verdadero amor está en curar las rodillas del niño que se ha caído en el parque. El verdadero amor está en ayudar al hermano en su peor momento. El verdadero amor está en lanzar ese salvavidas cuando tu amigo se ha caído en un pozo del que no sabe salir. El verdadero amor está en la mirada del que has abrazado cuando estaba llorando. Y este es el amor que cura, el amor que revitaliza, el amor que revive.

Pero ¿y qué hay de ese amor que a veces, ni sabes de donde viene? Esos momentos en los que estás afligido, triste, sin ganas de nada. Llevas una temporada pasándolo mal. Te sientes abandonado. Te sientes vacío. Tu corazón se ha helado. Pero de repente, te empieza a inundar una sensación de calor. Te alivias. Y puede que ni sepas por qué. Empiezas a pensar. Empiezas a rezar. Y todo vuelve a la calma. Tras dar todo de ti, necesitas unos brazos en los que sentirte protegido, que te reconforten como pasaba cuando tu madre te abrazaba después de haberte caído. Esos brazos de Cristo, el mayor ejemplo de amor al prójimo que podemos seguir.

Pues que ese amor nos inunde a todos, que ese amor, que un día instituyó Jesús, nos siga guiando como humanidad hacia un lugar donde solo ese AMOR reine.

Fuente de la imagen: https://jovenesdesanjose.org/articulos-de-opinion/mejor-morir-que-vivir-sin-ser-todo-de-maria/