Uno de estos días mientras leía un poco la biblia me encontré con algo de lo que estamos rodeados y muchas veces no somos conscientes de ello, me refiero a nuestra civilización del consumo. Esta misma nos ha convertido en esclavos de quererlo todo y además de quererlo todo al instante, sobre todo aquellas cosas que realmente no necesitamos pero que a primera vista nos parecen completamente necesarias, y seguramente usemos una o dos veces y luego las dejemos apartadas junto con otras muchas. Todo esto desde luego nos acerca a la codicia, es decir, al amor por tenerlo todo, por el dinero.

Dicho de esta forma suena bastante triste, ya que nos pasamos todo el tiempo preocupados por “tener” y dejamos de lado lo que verdaderamente importa que es “ser”, vivir nuestra vida ya que por mucho que queramos o nos guste, hay cosas que nunca se podrán comprar y nosotros como cristianos creo que debemos buscar siempre ser ricos ante los ojos de Dios y no de las personas.

Pero eso a día de hoy con todas las tentaciones que nos rodean nos puede parecer bastante difícil, pero con pequeñas cosas podemos conseguir mucho. Es cierto que también depende mucho de la situación que tenga cada uno, pero a mí por ejemplo se me ocurrió que una de las cosas que podía cambiar para conseguir el fin, es preocupándome por ser más responsable con las cosas que tengo, darles el valor que se merecen y cuidándolas como se debe y a su vez cuando encuentro alguna de esas muchas cosas que compramos impulsivamente y seguramente no vuelva a utilizarla, puedo ser solidaria y dársela a alguien a quien le puede ser útil.

La frase que leí en la biblia de nuestro Padre, y me llevó a parar y pensar en todo esto fue: “Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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