“Tu Palabra, Señor, no muere. Nunca muere, porque es la Vida misma. Y la Vida, Señor, no sólo vive… no sólo vive: ¡la Vida vivifica!”; así dice uno de mis cantos favoritos de Taizé. Pero ¿cómo reconocer tu Palabra en medio de tantas palabras? ¿Cómo escuchar tu Voz, en medio de tanto ruido?

Tu Palabra, Maestro, no es un Chupa Chups. Muchas veces, me tranquilizas, me alegras, me esperanzas, pero otras veces… ¡Claro!, Tú quieres que yo sea libre, sin embargo, hay veces en las que parece que prefiero ser esclavo de mí mismo. Me muestras cuál es el camino de la libertad -Tú eres el único Camino-, pero eso… incomoda.

A ver, en primer lugar, Tú quieres que yo sea feliz plenamente; segundo, Tú eres la vida eterna. Felicidad, Vida eterna, están ligados a Ti. O sea, que esto consiste en que yo me deje vivificar por Ti, puesto que Tú eres la Vida eterna, la Felicidad; Tú me vivificas, me das tu propia Vida divina.

Pero ¿cómo conjugar eso con la libertad? Parece que los tristes somos los que vamos a la Iglesia; que solo los que pasan de Ti son los que sí saben vivir la vida. Son felices, porque nadie les dice lo que tienen que hacer, o qué pensar, o en qué creer. ¡Pero, a la vez, Tú me dices que en Ti está la mayor libertad y la mayor felicidad! Vaya lío…

Sin embargo, quizá, el Lobo me esté susurrando al oído un engaño… quiere que desconfíe de Ti, mi Buen Pastor. El Lobo que me dice que fuera del rebaño seré realmente libre. Que si hago lo que me da la gana seré feliz. Es un mentiroso, solo quiere comerme, a mí, ovejita…

Creo que aquí está la clave: el Lobo, con sutiles razonamientos, me engaña… Tú, mi Buen Pastor, no me dices “no hagas esto”, sino más bien: “si haces eso, te vas a hacer daño; y si confías en mí y sigues por este Camino, te irá bien”. Se trata de comprender, de reconocer lo que me hace bien y lo que me hace mal. El ruido del mundo me marea y me vende muchas cosas que parecen buenas. Sin embargo, Tú no me “vendes” nada: Tú estás ahí, esperando a que actúe libremente, esperando a que me acerque a Ti por verdadero amor. Tú, que eres Dios, que sabes más que nadie, que eres el único Pastor Bueno, quieres que no me haga daño a mí mismo. Tú, Amor, quieres que me enamore del Amor, o sea, de Ti.

Cuando quiera dejar de marearme en este mundo, cuando deje de intentar saciar mi sed bebiendo en sucios charcos, cuando me proponga de verdad escuchar tu Voz… me daré cuenta de que Tú eres el único que me puede dar la Vida eterna, de que el Cielo ya ha empezado aquí en la tierra, junto a Ti, en tu Iglesia. Cuando escucho tus Palabras, veo, de verdad, lo que me hace bien y lo que me hace mal. Y es entonces cuando, libremente, quiero hacer Tu Voluntad, quiero amar tus mandamientos, porque no se trata de obedecer, sino de descubrir el Bien y el Mal. Y Tú quieres mi bien; y yo quiero estar bien. Entonces, verdaderamente, haré lo que me dé la gana, haré lo que quiera, haré, en fin, lo que Tú quieres. No hay nada más cristiano que esto: hacer lo que nos dé la gana (pero esto solo lo podré hacer si no estoy engañado por el Lobo, solo cuando escucho la Palabra de Quien es la Verdad: Cristo, nuestro Buen Pastor). Tú no harás mi Voluntad, sino que yo haré la Tuya, porque habré comprendido que cuando me fío de Ti, es cuando todo va bien. Aunque me insulten, aunque se rían, aunque tenga que luchar contra mis pasiones, aunque haya muchas razones para pasar de Ti, aunque tenga que salir de mi comodidad para amar a mis hermanos, aunque… ¡El caso es que seré libre!

Hay una única manera de hacer Tu Voluntad: amarla, quererla, desearla para mí, creer que es buena, mi verdadero bien. Pero para esto, me lo tengo que proponer en serio: apagar el Spotify del mundo y escuchar tu Voz. No otras voces, no otros ruidos. Sino tu Voz. Para que el Lobo no me devore. Para vivir -¡ya!- la Vida eterna. Para ser uno en Ti, siempre en Ti.

Fuente de la imagen: https://seminariodemonterrey.org/2018/09/28/tu-palabra-senor-es-eterna/