Ser leproso suponía ser un excluido, alguien sin ningún derecho y que no podía estar donde hubiera gente. Si, carecían de cualquier contacto humano: ni caricias, ni abrazos, ni gestos de cariño. Considerados auténticamente “apestados”. Y tenían que tocar una campanilla o dar voces para avisar de su presencia si alguien se acercaba por los caminos. Así, podían ponerse “a salvo” de su presencia. Vamos, que había dejado de ser tratados como “personas”. Es más, hasta tenían prohibida su relación con Dios. Su enfermedad se consideraba un signo de corrupción interior, de que era pecador, lo que hacía entender la lepra como un castigo divino.

Si, auténticamente apestados.

Y, hoy, no deja de resultar curioso que, sin llamarse lepra, mucha gente vive algo parecido: nos apartamos de personas porque nos resultan incómodas, porque nos sentimos violentos si entramos en contacto con ellos, porque no piensan como nosotros, porque su condición sexual nos resulta aberrante, por sus ideas políticas, por su color de piel o su nacionalidad del tercer mundo (o cuarto), porque… ¡Pero si hasta ha habido personal sanitario que ha recibido en estos meses amenazas, insultos, invitaciones a mudarse a otro sitio, desprecio… por estar trabajando con enfermos de COVID!. Ellos, jugándose la vida por nosotros… ¡y algunos los tratan como leprosos!

Somos cristianos, creemos en Dios. Pero mostrándonos así no hacemos sino mostrar el Dios en quien creemos: un Dios excluyente, marginador, que condena, que deja “a su suerte” a personas, que…

Sin embargo, nos encontramos en el evangelio de un leproso que no soporta vivir así. Y se salta todas las normas sociales y se acerca a Jesús. Algo muy peligroso, porque quién entra en contacto con un leproso queda a su ver también “impuro” ¡Pone en riesgo a Jesús!

Pero… es que… y si… quizás… “Si quieres, puedes limpiarme”. Y no aparecen ahora explicaciones teológicas, ni obligaciones a cumplir para recibir ayuda, ni compromisos futuros, ni…

Sencillamente escuchamos: “Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: <<Quiero: queda limpio>>”.

Y ya está. “la lepra se la quitó inmediatamente, y quedó limpio”. Sin más. Sin preparativos. Sin aspavientos. <<Quiero>>. Y lo curó. ¡Este es nuestro Señor! ¿Cómo no iba a querer? ¡Si es Amor! ¡Amor infinito! ¡Amor encarnado!

Nosotros somos cristianos, ¿no? Es decir, queremos ser como Cristo Jesús. Sin prejuicios. Sin juicios. Sin contraprestaciones. Solo tenemos que decir como él, “quiero”. Y darnos a los demás, y cuanto más rechazados sean, más.

¿Recordáis las palabras de Pablo en la segunda lectura? “Yo, por mi parte, procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de la mayoría, para que se salven. Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo”.

¡Ah! ¿Que es que tenemos que cumplir estrictas normas por la pandemia que estamos sufriendo? Muy bien, totalmente de acuerdo: ahora tenemos la distancia de seguridad, pero reduzcamos la distancia de la caridad.