Hace unos días, unos jóvenes extranjeros en Cuenca deseaban ir a misa el domingo, y decidieron que el mejor sitio para vivirla era la Catedral de Cuenca. Así que allí marcharon.

Cuando al día siguiente les pregunté que cómo les fue, y me dijeron que se habían equivocado en la decisión del lugar, pues resulta que iban a vivir la misa en el templo que para ellos era el más importante de la ciudad y descubrieron que era un museo.

Sonreí. Les iba a explicar que una cosa era visitar la catedral como turistas y otra bien distinta ir a rezar. Pero… y también les iba a explicar que era el modo de mantener cuidado el Templo y poder ir reparando tantos problemas como un edifico de tantos siglos conlleva. Pero…

La verdad es que aquella expresión de ellos (“era un museo”) me hizo reflexionar.

Si. ¡Cuántas veces los fieles ofrecen auténticas joyas para el culto, artísticas…. E inmediatamente se guardan (supongo que para no estropearse) o se depositan en sitios cerrados y casi invulnerables (supongo que para no ser robados), e incluso muchas acaban en expositores y museos (supongo que para el disfrute de quienes pagan una entrada para verlo)!

No sé. No, no quiero caer en la crítica fácil de que el Señor quiera una Iglesia pobre y humilde. ¡Con qué cariño a veces la gente hace un esfuerzo inmenso para ofrecer algo al Señor que perdure en el tiempo! Pero… sí, es cierto que, a veces, quizás, las piedras vivas que somos las personas permanecemos un poco “encajadas” en la sociedad sin despuntar en la vida que debemos transmitir y nos conformarnos con esas otras piedras no tan vivas (aunque siempre necesarias, claro) para que formen parte de la  historia de la iglesia y que son más fáciles de perdurar en el tiempo y evitan, quizás, un mayor compromiso personal nuestro, que no sabemos hasta qué punto influirá en esa historia que el Señor quiere que vayamos haciendo los cristianos.

¿O, quizás, cualquier signo de amor que brote de nuestro corazón de un modo sencillo provocando una sonrisa en el prójimo perdurará en el corazón de nuestro Señor en un instante infinito?

Quizás…