A una pregunta sencilla, no siempre le corresponde una respuesta sencilla… ¿mi parroquia? ¿mi vida? ¿es importante? ¿y si no fuera parte de mi parroquia? Un torbellino de ideas y también de sentimientos… eso ocurre cuándo algo te remueve y ante la pregunta que te hacen, empiezas a descubrir que tu/mi parroquia es más importante de lo que nunca había pensado.

Mi vida de fe comienza como la de muchos jóvenes, con la catequesis hace ya muchos años, y con mi grupo de jóvenes con los que a duras penas continuamos viviendo experiencias de fe a través de convivencias, campamentos y algún roce como catequistas. Los años de “juventud”, con el añadido de estar fuera de la ciudad, rememoran un vacío, que ahora no entiendo cómo sucedió. Con lo fáciles que habrían sido aquellos momentos si hubiera dejado que Él estuviera cerca…

Y al igual que en mis comienzos, retomo la actividad parroquial con la catequesis de mis pequeños… y todo vuelve a comenzar de nuevo. Ese quizá es el sentimiento de gratitud que siento…que todo puede comenzar de nuevo siempre, si es con Él.

Acudir a mi parroquia, lo podría definir cómo un anhelo cada domingo a descubrir qué puedo hacer para ser y hacer sentir a los demás más felices. No se trata de descubrir cosas nunca habladas, no se trata de hacer cosas extraordinarias, no se trata de nada nuevo. Todo es conocido, todo lo sé, pero todos los días necesito sentirme parte de esta parroquia que me recuerda que no estoy solo, que todo es posible y que sólo desde la sencillez podré alcanzar esa dicha que busco.

Ahora concluyo feliz, si, que he descubierto que mi parroquia es un pilar importante, muy importante de mi vida, porque solo aquí, encuentro una Verdad que me hace amar a los demás, porque Él desde la Cruz me amó.