“Creo en un solo Dios, Padre… Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo… Creo en el Espíritu Santo…”. Tres Personas, un solo Dios. Él mismo es quien ha tomado la iniciativa y se nos ha dado a conocer: es nuestro Papá -así nos enseñó Jesús a dirigirnos a Él: “Abbá”-, un Dios que quiere que todos los hombres nos salvemos: ese es su Plan, nuestra salvación. Para eso, envió a su único Hijo a este mundo, quien se hizo igual a nosotros, excepto en el pecado; encarnándose, y salvándonos con su Muerte y Resurrección, del pecado y de la muerte, nos ha hecho hijos de Dios Padre, en el Espíritu. Es el Espíritu Santo, el mismo Espíritu de Dios, el que nos hace hijos, nos permite vivir como hijos. ¿Hay un orgullo mayor que poder ser hijo o hija de Dios? Pero tú decides (nadie lo hará por ti): o bien acoger esta salvación, o bien… bueno, pues seguir viviendo (o, mejor dicho, ir muriendo lentamente, sin enterarte… hasta que sea tarde).

Pero la cuestión no es acercarse a Dios por temor a esa muerte… Un hijo no se acerca a su papá por miedo, porque eso no es amor. Dios es Amor, Dios quiere no solo que seas su hijo, su hija, sino también divinizarte, cristificarte. Esto es muy gordo… Dios quiere que seas pleno, no mediocre. Que tengas vida, pero una vida de verdad, que valga la pena, llena de sentido; que tengas la misma Vida que Cristo, Vida eterna, que ya, aquí, empieza en la tierra.

Hoy, unidos a nuestros hermanos cristianos de toda la Iglesia Católica, extendida por todo el planeta, celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad, que nos muestra a lo que estamos llamados a ser. ¡Estamos llamados a ser como el mismísimo Dios! Un Dios que es Amor, un Dios que se da, que se parte (como Jesús en la Cruz, como Cristo en la Eucaristía); un Dios que perdona y no reprocha; que se acerca a los marginados, a los menospreciados; un Dios que, condenando y destruyendo el pecado, se acerca y ama al pecador, viendo en él a un hijo y no identificándolo con su pecado. En fin, estamos llamados, por el mismo Dios, a ser como Él, a ser Amor en medio del mundo. ¡Cuidado!, porque el amor no es una cosa bonita: el amor es darse, entregarse, servir, hasta la propia muerte, pero ya no para vivir una vida centrada en uno mismo, sino para vivir como un Resucitado. Por eso, el amor no es una cosa bonita…, ¡es mucho más! El Amor es Bello, como Dios es Bello, como el Señor es Amor.

Estamos llamados por nuestro Papá a ser como su Hijo Jesús; en fin, a ser plenos. Y esto lo posibilita el Espíritu Santo, que es quien nos hace conocer al Hijo, conocer a quien es la Verdad única; nos permite creer en Él; nos impulsa a hablar y a obrar como si fuéramos Él: ser otros Cristos, o, mejor dicho, ¡el mismo Cristo!, decía un santo español del siglo XX.

Dios nos ha llamado a algo muy grande. Dios se nos ha dado como regalo. Nuestro Dios, Uno y Trino, es comunión de amor: a esto estamos invitados, a vivir como hermanos, pero de verdad; a vivir como lo que somos: familia de Dios (el Padre, en su Hijo, por el Espíritu, nos ha hecho hijos, hermanos, familia de Dios). Quienes cumplimos la Voluntad de Papá podemos llamarnos -y con mucho orgullo- “hijos de Dios”, hermanos de todos los hombres, que esperan -mejor dicho, que necesitan- que les mostremos que tienen un Padre, que los ama infinitamente, y que en su Hijo está nuestra salvación, el sentido de todo.

Que no haya un solo día de nuestras vidas en que, al levantarnos, o durante el día, o al acostarnos, nos dirijamos con confianza a nuestro Papá, en nombre de Jesús, diciendo: “Ven, Espíritu Santo”.

Recuerda: “resucitados”. Esta es la realidad a la que llegaremos; pero realidad que ya puedes empezar a saborear en tu día a día.

En fin, no sé. Es algo muy grande. Aquí hay mucho Amor por parte de Dios. Gloria al Padre y gloria al Hijo y gloria al Espíritu. Por siempre, ¡GLORIA A DIOS!

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