Todos tenemos presente en nuestra cabeza o en nuestro corazón una escala de valores. Hay cosas a las que les damos más o menos importancia en nuestras vidas, tanto materiales como personales. La cuestión es que cada cosa tiene el valor que tiene y hay que darle el valor que merece, no un valor mayor o menor, sino el que realmente tiene (y, por ello, merece).

En mi escala, ¿Qué puesto ocupa Dios? ¿Está arriba del todo, es lo más importante de mi vida? ¿Le doy un valor intermedio? ¿Está en último lugar? ¿O directamente no está? Cada cosa tiene su valor y a cada cosa hay que darle el valor que merece. Dios debería estar en el centro, en el lugar de mayor importancia. Cuando esto no es así, todo se altera, de tal modo que ponemos bienes materiales a personales, o incluso el propio tiempo, por delante por encima, de aquello que tiene una mayor importancia, como por ejemplo, personas que merecen mi tiempo, mi atención, mi cariño, etc. Está claro que Dios es lo más importante, eso lo sabemos todos, pero yo me lo tengo que creer.

Dios es Rey, pero, en mi libertad, decido si quiero que este Rey reine o no en mi vida. Pues bien, si a este Jesús le dejo reinar, si a este Rey le dejo ocupar el trono que le corresponde en mi vida, todo se ordenará. No van a desaparecer los problemas, las cruces, los inconvenientes…, pero si le dejo a Dios reinar, le estoy dando a Dios la posibilidad de que todo esté bajo su control, porque Él lo controla todo. El Rey es quien lleva las riendas de mi vida y las riendas de las vidas de las personas que me rodean, además de tener control sobre las situaciones que implican mi vida. Dios lo controla todo, pero le tengo que dejar que lo controle todo.

Es por esto por lo que debo de matar en mí la codicia, debo de matar en mí las pasiones, debo de matar en mí al hombre viejo, y debo aspirar a los bienes celestiales, olvidándome de los terrenales. Debo aspirar a los bienes de arriba, debo aspirar a que Cristo reine de verdad en mi vida; debo dejarle, no porque es lo que toque, no porque sea un mandamiento, sino porque en ello me va la vida. En conclusión, si le dejo a Dios reinar, aunque haya cosas que se escapen a mi control que puedan trastocar mis planes, es Dios quien lo tendrá todo bajo control.

Todo estará bien, porque en medio de las cruces, en medio de los agobios, de las preocupaciones, de los problemas, Dios será quien siembre en mí la paz, alegría, esperanza, sentido, vida, y no cualquier vida, sino vida eterna, porque tengo a Dios, porque el Señor va conmigo, porque le dejo a Dios, en mi vida, ser Dios. Amén.

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