Día 45 de confinamiento.

Estos últimos días se está planteando cuándo será el paso, por fin, de las misas virtuales a las de verdad, donde la presencia sea física, es decir, real.

¿Misas virtuales? No sé qué es eso. Si es utilizar este lenguaje por entenderos de cómo podemos compartir la misa, bien. Pero solo eso, por entendernos.

Porque la misa, os lo aseguro, ha seguido siendo la misma antes del confinamiento, durante el mismo y seguirá siendo igual tras él; es decir, una acción de gracias donde actualizamos, incruentamente, el sacrificio de Cristo en la cruz y su resurrección con las palabras de la última cena. Cada día sigue siendo verdad que Cristo se hace presente. Cada día sigue siendo verdad su encuentro con cada uno que le abre su corazón.

¿Qué somos humanos y necesitamos ver, oír y tocar? Sí. Pero, en el ámbito de Dios, eso de ver, oír y tocar seguirá siendo algo en segundo plano frente a lo fundamental: el encuentro con Cristo Jesús en tu corazón.

Sí, pero si tú estas activamente participando en la misa puedes comulgar, y ahí, Dios es más. ¡Cuidado! Dios es infinitamente dado y entero a cada uno que le abre su corazón, lo coma o lo desee de verdad. ¿O es que aquellos prisioneros cristianos que eran martirizados tras días de espera angustiosa en las mazmorras sólo podían aguantar en la fe si alguien a escondidas le llevaba la comunión? Cuando no era posible, solo podían hacer una cosa: abrir su corazón a la misericordia infinita de Dios para que les aliviase. ¡Claro que hubieran deseado recibir cada día la Eucaristía! ¡Claro que habría sido genial! Pero su imposibilidad no les privó de seguir enamorados de Cristo y unidos a él. ¿O es que cuando la persona a la que amamos y la tenemos en la distancia la amamos menos? Quizás incluso más, deseando, por supuesto, volver a tenerla cerca. Y, por supuesto, sintiendo interminables los días esperando de nuevo el encuentro con ella. Pero sintiendo el amor vivo cada día.

Estamos viviendo un tiempo complicado y muy peligrosos. Esa y no otra es la razón de no poder asistir a misa. Llegará. Claro que llegará. Pero, mientras tanto, sigamos preparándonos en la construcción de ese mundo mejor que nos queremos encontrar.

Y una ayuda inestimable para sentirnos más cerca de la misa cada día. Nos lo recuerda el evangelio en la multiplicación de los panes y de los peces, símbolo y preludio de la Eucaristía:

Jesús dio de comer a miles de personas con 5 panes y 2 peces. Pero ¿los sacó de la nada? No. Fue gracias al gesto generoso de un niño, que lo dio. Y todo el mundo comió. Y sobró. El milagro lo hizo Jesús, pero contando con la inestimable generosidad de aquel muchacho.

Mientras esperamos ese día en que volvamos a reunirnos juntos junto al altar, ¿por qué no ponemos nuestra generosidad en manos del Señor para que Él llegue, no solo a nosotros, sino a muchos más? Y, curioso. Sin poder estar físicamente en la Iglesia, podemos ser artífices de hacer presente la Eucaristía en muchos otros corazones. Porque la Eucaristía es Cristo Jesús que se da, y cada vez que nos demos a los demás, estamos también dando a Jesús.