Día 53 de confinamiento.

Son ya 53 días con esta situación de alarma. Y, aunque cada día, para muchos, es semejante al anterior, da para muchos detalles. Detalles que rompen la monotonía. Detalles que, a veces, ensombrecen un poco el momento, la situación, el día… Como esa llamada para compartir contigo que ha fallecido un amigo, o un familiar de alguien conocido. O como esa persona que te trasmite su angustia y su miedo, encerrada, temblando ante la sola idea de abrir la puerta de la calle. O esas cifras de fallecidos y contagiados aumentando día a día. Son detalles que duran un instante, pero que te acompañan y de algún modo, intentan ensombrecer tu ánimo.

Pero también hay detalles que iluminan y anima, aun durando un instante. Como salir la primera mañana que el Gobierno nos permite pasear en un tempranero tramo ordinario y ver correr, por la otra acera, a alguien que sabías en un país extranjero y que resulta que descubres que ha conseguido permiso para venir a Cuenca a ayudar a su madre. O como esa voz infantil que escuchas desde una ventana y oyes cómo una niña te saluda pronunciando tu nombre. Detalles que duran un instante, pero que te acompañan y de algún modo, alientan tu ánimo.

Y, luego, otros detalles que logran perdurar en el tiempo. Como cuando acabas de rezar un poquito por un hombre que ya no está con nosotros, salvo su cuerpo a punto de ser incinerado. Y, tras ese padrenuestro y poco más, las llamas culminando su obra. Y, entonces, escuchas las palabras de la esposa: “Se fue. Pero no lo hizo solo. Estuvo acompañado por mí y también por ti”. Y, ante el asombro que mostraban mis ojos por encima de la mascarilla, continuó: “Si, porque lo hizo mientras leías el evangelio en la misa. Porque la estábamos siguiendo juntos”. Fueron solo unos instantes de conversación. Y recordé el evangelio: era el pasaje de Emaús, con unos discípulos tristes ante lo vivido de la pasión y muerte de Jesús, y cómo luego lo reconocieron al partir el pan. ¡Estaba vivo! Y se volvieron alegres… Y marché solo en mi coche. Pero, mientras bajaba por la carretera del cementerio, sentí la caricia de una lágrima que corría por mi mejilla. Y sonreí. Y esa caricia, de un instante, todavía la siento.

Son muchos días ya, con sus detalles en su rutina. Que nos ayudan a crecer, incluso en días tan complicados como a veces parecen ser. Y continuaremos caminando hacia ese futuro, que sí, convertiremos en un presente mejor.