Día 48 de confinamiento.

Hoy en la fiesta de San José Obrero comenzamos hoy el mes de mayo. Es el mes de las flores. Es el mes de María. Es el mes de las comuniones. Es el mes de la ropa primaveral que se va compaginando ya con la del verano. Es el mes de los nervios ante la proximidad de los exámenes finales.

Claro que, este año, los exámenes van a ser un poco diferentes. Y la ropa a ver cuándo se va a poder lucir, y si nos viene, y si podemos comprar nueva. Y las comuniones, como el resto de los sacramentos, se han atrasado. Y las flores están en el campo, pero aún no las podemos admirar. Y María… ¡Ah!, pues sí, María sí. Ella si que está a nuestro lado. De hecho, lo está todo el año. Claro, como madre que es, como cualquier otra madre, siempre presente, aunque no se la valore; como madre que es, pensando en sus hijos, compartiendo sus gozos y sus dolores, aunque pase desapercibida, como cualquier otra madre.

María, madre nuestra.

Y todo hijo que se precie sentirá siempre un amor especial por su madre, y siempre le servirá como ejemplo el amor de ella hacia él. Y quizás no exista en el mundo una palabra tan tierna como “Madre”.

Y el ejemplo del amor de María siempre latente:

Fue la niña obediente en pureza al buen Dios.

Fue la adolescente del sí y 1.000 veces sí a la voluntad de Dios.

Fue la madre que enseñó a rezar al Hijo de Dios.

Fue la servidora siempre, con Isabel, en Caná, en la cruz…

Y María es esos ojos que lloran con el sufrimiento de sus hijos.

Es esos brazos que sostienen el cuerpo cansado y humillado de tantos hijos.

Es el regazo donde reposar la cabeza de todo hijo que necesita descansar, y un poco de cariño.

Es el abrazo tierno del hijo que se siente solo y deprimido.

Es…. Nuestra madre, María.

¿Puede fallar una madre? ¡Pues cuánto menos la madre de todos! Por eso, esta tarde en este primer día de mayo, mes de María, su mes, permitidme una oración a ella en este tiempo aún difícil, con palabras de Fray Luis de León, que tuvo que soportar la prisión confinado por sus enemigos, así como nosotros seguimos aún este tiempo de confinamiento por culpa de un letal enemigo:

“Virgen, que el sol más pura,

gloria de los mortales, luz del cielo,

en quien la piedad es cual la alteza:

los ojos vuelven al suelo

y mira su miserable el cárcel dura,

cercado de tinieblas y tristeza.

Y si mayor bajeza

no conoce, ni igual, juicio humano,

que el estado en que estoy por culpa ajena,

con poderosa mano,

quiebra, Reina del cielo esta cadena.

(…)

Virgen y madre junto,

de tu Hacedor dichosa engendradora,

en cuyos pechos floreció la vida:

mira cómo empeora

y crece mi dolor más cada punto;

el odio cunde, la amistad se olvida;

si no es de ti valida

la justicia y verdad, que tú engendraste,

¿adónde hallará seguro amparo?

Y pues madre eres, baste

para contigo el ver mi desamparo”.