Puede que en lo primero que pensemos al escuchar esta parte del Evangelio, y de lo que más nos llame la atención es la figura de Tomás. Ese apóstol que estaba ciego ante los testimonios de los otros apóstoles sobre la aparición de Jesús resucitado. Y es que, es normal ya que puede sonar un poco raro que, tu amigo y Señor apareciera cuando hace tan solo unos días murió en una cruz. Y la verdad es que, hasta que no lo tuvo delante de sus narices, pudo ver los agujeros de sus manos y de su costado, no supo reaccionar ante la verdad de su resurrección.

En cierto modo, creo que todos nos habremos sentido identificados con Tomás en algún momento de nuestra vida, y en cierto modo es porque muchas veces, todo aquello que no podemos ver se hace difícil de creer. Puede que algunos hayamos tenido algún momento en el que nos hemos parado a pensar… ¿De verdad todo esto existe? ¿Existe un Dios? ¿Existió Jesús? Y… ¿Jesús resucitó? Y la verdad, si alguien me pregunta y me dice que dé una explicación racional de estas preguntas, creo que no sabría más que decir: Sí, creo que existe Dios. Sí, creo que existe Jesús y bajó a la tierra hace 2.000 años para salvarnos. Y sí, resucitó. Pero la verdad es que no creo que pueda decir mucho más.

Y es que, somos seres racionales y, por lo tanto, siempre intentamos buscar una razón, un por qué de algo. Y esto nos ciega en muchas ocasiones de lo que tenemos realmente en frente de nosotros. Porque sí, al igual que hoy en día no tenemos explicaciones racionales, para entender las grandes cuestiones científicas como podría ser el origen del universo, tampoco las tenemos para entender cómo un hombre ha venido al mundo, nos ha perdonado, ha muerto en una cruz, y encima, ha resucitado después. Y es que, esto es algo que escapa un poco de nuestra mente, y por ello nos volvemos un poco incrédulos.

Creo que por esta razón Jesús se presentó ante los apóstoles, porque si no, seguramente su causa se hubiera perdido. Sí, puede que ellos hubieran seguido un poco con la tarea que les encomendó antes de su muerte, pero no sé yo si duraría mucho… En algún momento se pararían a pensar si de verdad merecería la pena, porque su camino fuera muy duro. Les faltarían las fuerzas en muchas ocasiones para afrontar los problemas que se les presentaban. E incluso echarían de menos a Jesús y pensarían… Él lo haría mejor… Si Él estuviera aquí todo iría bien… Alguno incluso pensaría que no valdría para hacer eso, y se retiraría y volvería a su vida que tenía antes de conocer a Jesús. Porque todos, en el fondo eran un poco como Tomás, y en verdad, como todos nosotros.

Pero lo cierto es que, Jesús no solo fue para hacerles ver que había resucitado… Hay una parte muy importante en este fragmento del Evangelio que puede incluso pasar desapercibida. Y es que, Jesús, lo primero que dice nada más llegar es: “Paz a vosotros”, Y luego lo repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Y con esto no les dice otra cosa más que siempre estará con ellos.

Puede que, gracias a esto, los apóstoles empezarían a ver de verdad. Y es que, a partir de este momento los apóstoles tendrían al máximo sus niveles de fe. Porque, al igual que nosotros, buscarían el sentido racional de todo lo ocurrido, sin dejarse guiar por Jesús. Necesitarían un pequeño empujan para empezar a creer de verdad.

Y ahora puedo decir no creo que esté equivocada en las preguntas que he planteado antes… Y me he dado cuenta de que no necesito ver a Jesús en carne y hueso, pues con el simple hecho de creer en Él, me inundo de alegría y de amor, y cuando pienso en Él no me siento sola, porque siempre lo tengo. Todo eso no puede venir de nadie más que de Él. Además, también creo en Él porque lo veo en todos vosotros… lo veo en vuestras muestras de amor, de cariño, de servicio a los demás. Y todo esto no lo pienso, sino que lo siento. No necesito que se me aparezca Jesús para creer en Él, ya lo tengo presente en todo momento.

Así que, hagamos caso de lo que le dijo Jesús a Tomás, no seamos incrédulos sino creyentes, pues una fe verdadera como ésta, puede llegar a llenar mucho más que cualquier sabiduría. Vamos, que menos darle al coco y más al corazón.