En este mes de marzo, la parroquia reza por todas las vocaciones. En este caso, nos hemos centrado en conocer el testimonio de una Hermana perteneciente a las Esclavas Carmelitas de la Sagrada Familia.
Mi vida de fe antes…
Lo cierto es que he crecido en un ambiente familiar y educativo que siempre ha cuidado mi fe. Desde pequeñita, ya cuando recibí a Jesús por primera vez, en mí había una inquietud grande y no entendía por qué muchos no volvían a la parroquia después de la primera comunión o al completar la iniciación cristiana con la confirmación, que en mi diócesis era a los 15 años. Iba creciendo y no encontraba eso que hacía que la gente cercana no volviera, así que seguía yendo a la parroquia e implicándome cada vez un poquito más en la pastoral.
Meses después de mi confirmación, el Señor me regaló un encuentro personal con Él y fui descubriendo que nada era casualidad, que Él estaba detrás de cada acontecimiento de mi vida, que me estaba esperando y que le importaba, le importaba mucho. Así, fui encontrando respuestas en la oración, en la Eucaristía, en personas que Dios iba poniendo a mi lado. También entonces, gracias a un camino de Santiago, conocí un grupo de adolescentes y jóvenes que buscaban a Jesús, igual que yo. ¡No era la única y eso fue un alivio!
Crecía y cada vez necesitaba más oración, ir a misa no solo los domingos, formarme más… Comencé la carrera con esto en el corazón y preguntándole cada día a Jesús: ¿qué quieres de mí? ¿cuál es tu sueño sobre mi vida? Y la verdad, es que cuando comenzaba a intuir por dónde iba la respuesta, sentí miedo. Iba respondiendo a lo que me pedía, pero había un sí que no me terminaba de atrever a entregarle.
Qué me ayudó a descubrir mi vocación…
Conocerme cada vez más, también gracias al acompañamiento espiritual, e ir reconociendo con qué cosas se movía mi corazón. La carrera me gustaba, pero cuando experimentaba una felicidad verdadera era cuando me entregaba: cuando daba catequesis a adolescentes, cuando era monitora en el campamento, cuando hablaba de Jesús a otros… cuando estaba en Nazaret.
En el último curso de carrera, parecía buscar qué quería el Señor de mí lejos de lo que en el fondo yo ya sabía que me pedía y, cuanto más huía, más vacío experimentaba. Así, en unos Ejercicios Espirituales, de la mano de María, me rendí y le dije al Señor que solo quería lo que Él quisiera, de verdad y con verdad. Me abandoné del todo a su voluntad y entonces, en poco tiempo, todas las piezas del puzle que yo quería formar a la fuerza, comenzaron a encajar con facilidad y, casi sin darme cuenta, yo había recuperado la paz y alegría.
Lo más amable y lo más costoso de mi vida como consagrada.
No es que en mi vida haya algo de regalo, es que todo es regalo. Hace poco, en una convivencia con adolescentes Jesús me concedió experimentar por un momento la alegría del ciento por uno prometido por Él. Esto, pues, es lo mejor: que por mucho que crea darme, siempre recibo más. Es un don inmenso, también, el de saberme en todo unida a mis hermanas; así, mi sí y mi misión son sostenidos por el de cada una.
Y lo más difícil… experimentar cómo muchas veces no llego a tanto como quisiera.
¿Qué le dirías a una persona que se esté planteando si esta es su vocación?
Que rece mucho y escuche al Señor sin miedo: Él no pide imposibles aunque a veces nos sintamos muy poca cosa. Que mire con qué cosas se mueve su corazón, dónde encuentra paz y se comporta como es, sin máscaras.
Y que no dude en buscar a alguien con quien hablar para que le ayude en su discernimiento. ¡Dios no se deja ganar en generosidad!