Exámenes por aquí, trabajos por allá, actividades, problemas, amigos…, en definitiva, todo el día ocupados. Una vez más otro día ajetreado termina y entre todas esas actividades y demás, durante toda la semana me olvido de mi mejor apoyo. El único momento que encuentro es por la noche. Todos los días antes de irme a dormir rezo un poco y, como de costumbre, hablo con él, nuestro señor, aunque solo sean un par de minutos. Y para un momento que saco lo único que hago es pedir, pedir y pedir, y así un día tras otro. Pocos son los días que le doy las gracias. Así que aprovecho hoy, que por fin me he parado a dedicarte un rato, para darte las gracias. Gracias por estar cuando nadie más esta, o por darme ese empujón que necesito para seguir dándolo todo. Gracias por aguantar mis peores momentos, mis enfados, torpezas, cabezonería e incluso mis lloros. Gracias por quererme, por aceptarme, y por cuidarme día tras día desde siempre. Gracias por poner en mi camino a mi familia, mis amigos y la gente maravillosa que me rodea.

Parece mentira lo pequeña que es la palabra y lo mucho que significa y llena,

GRACIAS.