Hoy, en esta pequeña comunidad cristiana, se celebra el aniversario de la consagración del templo, que es como el corazón de la parroquia. Es el lugar donde celebramos la eucaristía, un lugar sagrado. La parroquia es como la colina sobre la crucificaron al Señor. Nosotros hacemos memoria cada día y de manera particular, cada domingo, de aquel acontecimiento doloroso y glorioso, humillante y triunfante. El misterio de la muerte de Jesús que anuncia ya la resurrección.

La consagración de la parroquia es como la raíz de la comunidad cristiana. En esa raíz somos templo de Dios. Somos ungidos y consagrados, por eso la Iglesia se unge en el altar solemnemente. Se unge con la fuerza y presencia del Espíritu. Gracias a él serán transformados el pan y el vino en el cuerpo y sangre de Jesús. Gracias al Espíritu, los fieles recibirán la nueva vida en el sacramento del bautismo y serán confirmados con la fuerza del Espíritu. Los enfermos recibirán el auxilio en los momentos finales de la vida. Los esposos recibirán la bendición de Dios y la fuerza de lo alto para vivir cristianamente su matrimonio. En el sacramento de la penitencia seremos confortados con el perdón del Señor que acoge y abraza, que empuja hacia arriba, perdona, limpia y da alegría al corazón. Y también recibimos la eucaristía, el sacramento de los sacramentos donde recibimos al Señor.

Hoy, todos juntos y de manera particular esta parroquia, anticipamos la fiesta de nuestro patrón San Julián, patrón de la diócesis y de este barrio. Patrón quiere decir protector, defensor, intercesor, el que aboga por nosotros delante de Dios. Aquél que da la cara por nosotros. Él conoce las necesidades de la parroquia y las presenta a nuestro Señor. Bien las conoce Dios, pero le gusta servirse de sus amigos para que le hagan presentes las necesidades de los hombres.

San Julián es modelo para nosotros, es ejemplo que hemos de imitar. San Julián es amor a la paz. Él convivió en una ciudad con tres culturas, tres barrios distintos cada uno: el árabe, el cristiano y el judío; procurando sembrar entre ellos paz, convivencia, espíritu fraterno. Enseñándonos las virtudes que hacen la paz: virtud de la comprensión, convivencia, perdón, solidaridad, respeto de todos, aprecio y cariño hacia los demás, respeto de la legítima diversidad que no rompe la unidad. Unidad esencial, diversidad cuanto quepa. Lo que es opinable es lo que queda a la libre discusión de los hombres, pero fuertemente arraigados en la fe, esperanza y amor. Son los vínculos que nos unen y mantienen el cuerpo de Cristo. Hombre de paz y hombre pacificador del cual hemos de aprender esas virtudes de convivencia: saber perdonar, disculpar, excusar, olvidar… saber salir al encuentro de los demás, saber cuidarlos.

La parroquia ha de ser una familia. Es casa. Las casas ahora son como colmenas. Antiguamente, cada familia tenía su casa y la casa definía a la familia. Todavía, en muchos lugares, la dirección y el conocimiento a la familia es el conocimiento de la casa. Si preguntas por el nombre, seguramente no sepan quien es, pero si dices de la casa de… de la familia de… Entonces lo identifican. Casa y familia. Casa y hogar. La Iglesia es morada de Dios, y la hablar de casa de Dios significa hablar de calidez humana, encuentro, cercanía, afecto, preocupación de unos por otros… Eso es una verdadera parroquia. No somos un conjunto de desconocidos que nos reunimos una vez a la semana y nos colocamos en los bancos cada cual en su lugar según nos obliga la pandemia, que esperemos que se acabe pronto y podamos sentir la cercanía, del afecto, del calor, de personas que se conocen, que se aprecian, que se aman unos por otros. No nos es indiferente un hueco en la iglesia de alguien se ha ido, a quién el Señor se lo ha llevado. Es un hueco que se hace en el alma. Nos falta un miembro del cuerpo. Eso es la comunidad cristiana viva. Quienes sienten que tienen vínculos entre ellos y hay una realidad que les une. Lo mismo que la sangre nos une a los nuestros, los que descendemos del mismo tronco: abuelos, tíos, padres, hermanos sobrinos… La sangre nos une, pero también la fe, la esperanza, la caridad, el amor de Dios… Somos una parroquia, una casa, un hogar unido. No somos extraños unos a otros, nadie se puede sentir extraño. Somos hermanos. Tenemos que fomentar esos sentimientos y vivir la alegría de encontrarnos juntos y ser pueblos de Dios, ser comunidad de San Julián. No otra, esta. También tenemos los mismos lazos con todos los demás, pero estos son de más cercanía. Importa, cuando uno se encuentra fuera, lejos de España, con alguien de España, sientes una cercanía, si es de Cuenca, mayor, y si es del mismo barrio, aún más. Pues lo mismo pasa dentro de una parroquia y una ciudad.

La virtud de la paz, creerse sembradores de paz, de alegría, de entendimiento, crear puentes y no divisiones. Odiar los insultos, enfrentamientos, discusiones. No son de Cristo y no le gustan al Señor. La comunidad cristiana se constituye en la escucha de la Palabra, en cada misa. Esa Palabra que nos dirige Dios a cada uno, esas cartas que el Señor nos escribe desde el cielo. Llegar a misa y preguntarnos, ¿qué nos dirá hoy el Señor? ¿Qué nos enseñará? ¿Cuál será ese aliento de vida para esta semana? Vamos a escucharla con devoción. Vamos a estar pendientes de cada una de las palabras que se leen. Después el sacerdote nos enseñará a penetrar en esa Palabra. La comunidad cristiana se crea alrededor de la Palabra y de ahí esa insistencia del Papa de leer todos los días la escritura. Somos una comunidad que ora y que reza, que se junta para orar, que eleva al cielo una sola voz. La voz del pueblo cristiano compuesto por cada uno de nosotros, por la oración de cada uno de nosotros, pero juntos. Nunca ora el cristiano solo, no tiene sentido. No existe solo el cristiano, existe el cuerpo de Cristo. Cada miembro es cada miembro, pero dentro del cuerpo de Cristo. No se entiende un miembro sin el cuerpo, es un miembro muerto, separado, tronchado, un miembro seco. La comunidad cristiana es una comunidad que celebra los sacramentos. Celebrando el memorial del Señor que está verdaderamente presente entre nosotros, verdaderamente presente. Se lo decimos a Él que está aquí con nosotros: Señor, que nos haces revivir cada año… Es un Dios presente que está con nosotros, que nos guía y está en nuestra cabeza, a Cristo Señor nuestro que intercede por nosotros ante el Padre.

Es una comunidad unida en la caridad, en el amor mutuo, en ese cuidado, interés, cariño, preocupación, afecto de unos por otros. Una comunidad que escucha la Palabra de Dios, una comunidad orante, que celebra los sacramentos. Una comunidad que se quiere. Eso es una casa. Ya lo escuchábamos en la Primera Lectura lo que es una casa, un hogar, una familia. Eso es la morada de Dios. Ahí habita Dios. No simplemente en un templo externo. El Espíritu y los adoradores son los que quiere el Señor. Que viven la fe, que celebran la fe, que oran su fe, que viven la fe.

Vamos a pedirle a San Julián, en este día en que celebramos el aniversario de la consagración de esta iglesia. Cuando el Señor la ungió, ungiendo las paredes de esta iglesia y las piedras vivas que somos nosotros. Somos ungidos y poseídos por Dios, nos hace suyos, perdemos nuestra personalidad para recibir la de Cristo. Y recibimos una misión: anunciar en este barrio, en esta ciudad y en nuestras casas… el Evangelio con la Palabra y, sobre todo, con nuestro ejemplo de cristianos. Ser como nuestro patrón San Julián, hombre de paz, hombre que sirvió a los más pobres, hombre con corazón apostólico, en toda la provincia.