El Señor es siempre muy claro. Intentamos adornar, explicar, el contenido de sus palabras y no es necesario. Sin embargo, se nos puede llevar al extremo opuesto. Hay que tomárselo al pie de la letra que…

Empieza hoy el Evangelio recordándonos el Señor que: “El que quiere a su padre o a su madre más que a mi no es digno de mí. El que quiere a su hijo o a su hija más que a mi no es digno de mí”. Es que, el Señor nos quiere que no queramos a nuestros padres ni a nuestros hijos. Lo estamos llevando al extremo opuesto. Pero ¿cómo va a decir que no amemos a los que, por naturaleza, no podemos dejar de amar?

Pero ¿qué es amar más a Dios? ¿Decirle que le amas? Un hijo ama a su padre o ama a su madre no porque diga que ama a su padre o a su madre, se le ve en la vida. Una madre ama a sus hijos no porque diga que ama a sus hijos, se le ve en la vida. Pues es muy sencillo. Jesús quiere que en nuestra vida se vea que le amamos más incluso que a nuestra propia familia.

Pero hay una frase más que añade Jesús: “El que no carga con su cruz y me sigue no es digno de mí”. Es para dejar claro lo anterior. No tenemos que llevarlo al extremo opuesto. No tenemos que sufrir. No. Tenemos que cargar con la cruz, como hijo Jesús y seguirle. Porque cargar con la cruz no es sujetar unos maderos que pueden pensar un quintal e intentar arrastrar esa cruz como podemos y si es cuesta arriba mejor. El Señor no vino a la Tierra para vernos sufrir. No vino para ver cómo lo pasamos mal. Cuantas veces tendremos que repetirlo. La cruz es símbolo de amor. Lo que era un signo de tormento y muerte en Jesús, se convierte en un signo de amor. ¿Qué a veces conlleva dolor? A veces, sí, porque el amor duele. Y toda persona que haya amado de verdad sabe que el amor duele.

Lo que quiere el Señor es que, como Él amó hasta el extremo, nosotros lo hagamos. Amar hasta el extremo significa que, incluso cuando está en la cruz y no le queda nada, solo una madre, hasta su madre nos la da. Porque todo lo que hace lo hace por amor, pero no en teoria, por amor a nosotros, para darnos la vida. Por eso aún sigue añadiendo: “El que pierda su vida por mí la encontrará. Solo muriendo puedes vivir”. Si mueres aquí para darte a los demás, esa es la vida que aquí y luego en el cielo te promete el Señor. Parece un juego de palabras.

En la primera lectura del Segundo libro de los Reyes, un hombre pasaba por la puerta de una casa, y solo por eso, una mujer le pide que pase a su casa para comer. Esa mujer no se pregunta como era ese hombre. Tenia pinta de ser buena persona. Pero no se lo plantea, simplemente actúa, lo invita a comer. Es más, a los pocos días incluso en convivencia con su propio marido que ya era mayor, le prepararán una habitación para dormir y descansar. Así porque sí. Esa es la ley de la hospitalidad en el mundo oriental, sagrada, nunca escrita, pero sentida por todos. Ayer y hoy. Una ley no escrita que también imperaba en nuestro mundo occidental, pero como se hay ido perdiendo. A los desconocidos, que en el fondo son la inmensa mayoría para nosotros, los vemos más como una amenaza para nuestra tranquilidad y nuestra paz, y más aún en estos días que estamos viviendo.

Solo hace unas semanas, muchos creíamos que íbamos a salir de la pandemia que estamos viviendo mucho más unidos y más fuertes. Hoy recelamos de los demás. Criticamos su falta de solidaridad. Tememos que actúen inconscientemente y puedan contagiarnos. Nos asustamos, por decirlo de algún modo, de los que vienen de fuera. Terminamos valorando demasiado nuestra paz, nuestra tranquilidad, nuestra seguridad y acabamos rechazando al otro, levantando una valla infranqueable, aunque sea invisible, alrededor de nosotros.

Aunque, supongo que esa aparente seguridad que nos creamos no hace que poner de manifiesto en el fondo, nuestra propia inseguridad. Y en el fondo creamos un mayor distanciamiento con los demás.

Recordad lo que nos dijo Jesús: “Morir a nosotros mismos. Que los nuestros no sean tan importantes como Él, traducido en el mensaje de la cruz”. No trato de defender a los que lo hacen mal, y claro que hay actitudes y situaciones criticables por muchas partes, pero yo solo se que hoy, esta tarde, ahora, Jesús nos invita a no vivir tan centrados en nosotros mismos. Eso es lo que quiere decir cuando nos dice que debemos perder nuestra vida y vivir una vida nueva. Dicen que si pasamos de la normalidad a la nueva normalidad… Jesús va mucho más allá, Jesús quiere pasar de una vida normal a una vida nueva en la que nos abramos a los demás. Sí, nos pide que dejemos de mirarnos a nosotros, nuestros problemas o necesidades, que son reales, pero quiere que nos abramos a los demás, que abramos la mano al vecino, al que pasa a nuestro lado, al que pasa a nuestro lado, al otro, aunque no lo conozcamos, aunque piense diferente, aunque nos mire mal, o, aunque actúe como nosotros no lo haríamos. No quiere que juzguemos, quiere que actuemos. En el fondo, si lo hiciéramos, nos encontraríamos con personas con problemas parecidos a los nuestros, con personas que, en el fondo, sí son como nosotros. Y si lo hacemos, descubriremos que juntos, claro que podemos ser más fuertes y felices a si lo hacemos separados por nuestras barreras de juicos y prejuicios. Además, el que recibe a alguien, recibe a Jesús. ¿Necesitamos una razón mejor?

No lo olvidemos, unidos siempre somos más fuertes, pero para conseguirlo, aunque a veces sea costoso y doloroso, siguiendo el mensaje de la cruz, alguien tiene que dar el primer paso. Incluso cunado parece que no tiene sentido. ¿Nos atreveremos a dar nosotros, con la ayuda del Señor, el primer paso?