Más parábolas nos muestra Jesús, y todo porque ya lo dijo el profeta: “Abriré mi boca diciendo parábolas, anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo”. No olvidemos que el protagonista es siempre Dios, Padre, Hijo y Espíritu, pero Dios, no nosotros. Lo que pasa es que, nosotros tendremos que sacar nuestra propia conclusión de estas parábolas. Y este protagonista, Dios, dice en la primera lectura, que es un Dios Padre bueno, que enseña al pueblo que el justo debe ser humano, y que da a sus hijos una buena esperanza, pues concede el arrepentimiento a los pecadores. Es un Padre que no juzga, sino que quiere y cuida. E insiste el salmo: “Tu Señor, eres bueno y clemente”. Y continua la segunda lectura con este Dios ahora Espíritu, que acude en ayuda de nuestra debilidad. Y continua el Evangelio con este Dios que es el Hijo que viene al mundo. Todo está relacionado y si Dios viene al mundo, es que el Reino de Dios, el Reino de los Cielos ha venido al mundo.

Si nos metemos un poco en estas parábolas descubrimos que el mundo es la Tierra donde vivimos, la que pisamos cada día, el aire que respiramos, el cielo que observamos. En este mundo vivimos nosotros y si el Reino de Dios ya está en este mundo, quizás nos deberíamos hacer una pregunta: ¿Sabemos que es el Reino de Dios? ¿Sabemos que es el Reino de los Cielos? Muchos diríamos: El Cielo es donde vas cuando te mueres, y como siempre tenemos una parte de verdad, pues sería verdad. El Cielo es estar con Dios, así de simple. Para entenderlo, nos inventamos imágenes, explicaciones, etc. pero el Cielo es estar con Dios. Y tras la muerte viene la vida eterna, porque vivimos eternamente en la presencia de Dios. El Reino de los Cielos es estar con Dios, y si el Reino de los Cielos ha venido a la Tierra, está con nosotros.

Pero esa presencia de Dios se nota poco, y en sus parábolas, nos va contando Jesús que poco a poco se irá notando cada vez más. Como esa semilla que cae y sin que te des cuenta empieza a granar y florecer. Como ese grano de mostaza pequeño que luego se convierte en un árbol de tres metros.

Dejando claro que este Dios, Padre, Hijo y Espíritu, que no juzga, sino que quiere y cuida, y que está ya con nosotros, y que la persona del Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, este Dios se va haciendo más presente en el mundo, pero precisa de nuestra ayuda. Es como la levadura cuando la metes en el pan. Esa mujer que en tres puñados de harina mete la levadura. No se nota, no se ve, pero va haciendo que el pan crezca y quede esponjoso. Esta escena ocurrió hace más de mil años de la presencia de Jesús. Abraham le dijo a Sara, su mujer, ante la presencia de Dios: “Prepara tres medidas de harina y hazles pan para que coman”. Pero el Reino de Dios no estaba tan claro en medio de nosotros. Ahora ya entra la levadura, que es la que hace que ese pan se haga más grande y no se nota.

¿Qué papel nos toca a nosotros? Ser levadura. Que, en el silencio, y sin que se note, vayamos ayudando al Señor a construir el Reino de Dios, es decir, a que su presencia se haga más patente. Sin que se note, porque solo así se notará. Esto está ocurriendo. Desde hace 2000 años al día de hoy, muchas cosas se han hecho bien. Por ejemplo, hoy podemos hablar de Joaquín, un joven que estudió en el colegio de Somosaguas, se licenció en Ciencias Químicas en la Autónoma de Madrid. Luego se licenció en Teología y se hizo doctor en Filosofía Eclesiástica en la Universidad de la Santa Cruz de Roma. Se ordenó sacerdote del Opus Dei, por el Papa Juan Pablo II en la Basílica de San Pedro. Se vino a España donde empezó a trabajar en colegios de Jerez y Sevilla. Pero vio que nuestro país es un país privilegiado, y se fue a Nigeria. Allí abrió centros religiosos, iglesias, residencias de estudiantes, centros de formación, etc. Todo esto mientras cogía la malaria entre otras enfermedades. En vez de hacer todo eso en Nigeria, él, sino lo hubiera hecho, habría sido directivo de una multinacional química, habría tenido el título de Marqués de Loreto. Pero no, hizo todo esto. Es una de esas personas que dedican toda su vida a hacer el bien y a ayudar a quienes más lo necesitan sin la más mínima ambición. Son aquellos que no salen en las noticias. Que no se entera nadie que existen, pero son levadura en este mundo, para que el Reino de Dios vaya creciendo. Este sacerdote murió hace unos días por coronavirus, en un hospital público de Nigeria. Se podría haber ido a cualquier hospital del Opus Dei y haberse salvado, pero prefirió quedarse con sus hermanos. Ahora está viviendo en el Reino de Dios de verdad. ¿Y es un santo? Es tan santo como esa madre de familia que ha luchado muchos años para sacar a su familia adelante, o ese padre que ha trabajado lo indecible para que en su hogar tengan para comer cada día. Y así hay un millón de ejemplos de gente buena que no sale en las noticias nunca, que se dedican a ser buenas personas. Así se construye el Reino de los Cielos, y así se es levadura. Y así se nos invita a nosotros a ser esa levadura, que vaya haciendo que la presencia del Señor se haga más patente allí donde estemos.