Jesús fue ungido y besado más de una vez en vida. Aunque anunciando su muerte, la madre no dejó de besarle con besos de comunión, cuando era niño, cuando era joven, cuando lo tuvo muerto en sus brazos. ¿Cómo serían esos besos comulgantes? Más, cuando estaba en el sepulcro, ¿quién podría ya acercarse a besarlo y perfumarlo? Bueno, unas mujeres se acercaron…

Pero, en el tercer día, en esta noche santa, en la oscuridad del sepulcro que se preparaba para su trabajo de corrupción, su cuerpo muerto recibió un beso. Pero anunciando su vida. El Padre besó al Hijo con un beso de espíritu perfumado. Besó sus heridas, una a una, que empezaron a brillar como luceros. Besó con fuerza su costado que se convirtió en fuente. Besó su boca dulcemente, que recibió el aliento creador.

«Que duro y fuerte ha sido todo», diría el Padre. «Te han destrozado Hijo mío. Y te trataron como un desecho. Te despojaron de tus vestidos y tu dignidad, expuesto a la vergüenza pública. Te pusieron en alto entre el cielo y la tierra, como un estandarte de maldición. Bajaste a los infiernos del dolor y del abandono. Me gritabas. Cargaste con los pecados incontables de los hombres, tus hermanos. Y convertiste en pecado personificado y en dolor humano concentrado. Pero, pusiste tu espíritu en mis manos y yo te lo devuelvo, aunque nunca te he dejado».

Y el Espíritu Santo curaba sus heridas con ungüento perfumado de amor divino. Y transmitía su energía, sí, su amor divino a todos los puntos vitales de su ser. Era el abrazo tras el beso de la comunión perfecta. Y el huerto en el que Cristo fue sepultado se convirtió en el punto cero de la nueva historia y de la nueva Era. Y allí, sobre la tumba del Señor se colocó un letrero que visiblemente en su invisibilidad ponía: “Todo lo hago nuevo”.

Y el llanto de María de tristeza se convertirá en alegría. Y el temor de los apóstoles de miedo se convertirá en alegría. Y la situación de nuestros enfermos, tornará en esperanza. Y los que nos han dejado estos días, brillarán en la eternidad. Y los que hoy viven en soledad y en angustia, volverán a sonreír. Todos podremos encontrar el camino, y lo encontramos, de la verdadera felicidad.

Porque Cristo ha resucitado.