I Domingo de Cuaresma

 

Primera lectura

Lectura del libro del Génesis 2, 7-9; 3, 1-7

El Señor Dios modeló al hombre del polvo del suelo e insufló en su nariz aliento de vida; y el hombre se convirtió en ser vivo. Luego el Señor Dios plantó un jardín en Edén, hacia oriente, y colocó en él al hombre que había modelado. El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos para la vista y buenos para comer; además, el árbol de la vida en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y el mal.

La serpiente era más astuta que las demás bestias del campo que el Señor había hecho. Y dijo a la mujer: «¿Conque Dios os ha dicho que no comáis de ningún árbol del jardín?». La mujer contestó a la serpiente: «Podemos comer los frutos de los árboles del jardín; pero del fruto del árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho Dios: “No comáis de él ni lo toquéis, de lo contrario moriréis”». La serpiente replicó a la mujer: «No, no moriréis; es que Dios sabe que el día en que comáis de él, se os abrirán los ojos, y seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal».

Entonces la mujer se dio cuenta de que el árbol era bueno de comer, atrayente a los ojos y deseable para lograr inteligencia; así que tomó de su fruto y comió. Luego se lo dio a su marido, que también comió. Se les abrieron los ojos a los dos y descubrieron que estaban desnudos; y entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron.

 

Salmo. Sal 50, 3-4. 5-6ab. 12-13. 14 y 17

R/. Misericordia, Señor: hemos pecado

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,

por tu inmensa compasión borra mi culpa;

lava del todo mi delito,

limpia mi pecado. R/.

Pues yo reconozco mi culpa,

tengo siempre presente mi pecado.

Contra ti, contra ti solo pequé,

cometí la maldad que aborreces. R/.

Oh, Dios, crea en mi un corazón puro,

renuévame por dentro con espíritu firme.

No me arrojes lejos de tu rostro,

no me quites tu santo espíritu. R/.

Devuélveme la alegría de tu salvación,

afiánzame con espíritu generoso.

Señor, me abrirás los labios,

y mi boca proclamará tu alabanza. R/.

 

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 5, 12-19

Hermanos:

Lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte se propagó a todos los hombres, porque todos pecaron…

Pues, hasta que llegó la ley había pecado en el mundo, pero el pecado no se imputaba porque no había ley. Pese a todo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habían pecado con una transgresión como la de Adán, que era figura del que tenía que venir.

Sin embargo, no hay proporción entre el delito y el don: si por el delito de uno solo murieron todos, con mayor razón la gracia de Dios y el don otorgado en virtud de un hombre, Jesucristo, se han desbordado sobre todos. Y tampoco hay proporción entre la gracia y el pecado de uno: pues el juicio, a partir de uno, acabó en condena, mientras que la gracia, a partir de muchos pecados, acabó en justicia.

Si por el delito de uno solo la muerte inauguró su reinado a través de uno solo, con cuánta más razón los que reciben a raudales el don gratuito de la justificación reinarán en la vida gracias a uno solo, Jesucristo. En resumen, lo mismo que por un solo delito resultó condena para todos, así también por un acto de justicia resultó justificación y vida para todos. Pues, así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo, todos serán constituidos justos.

 

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo 4, 1-11

En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre.

El tentador se le acercó y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes». Pero él le contestó: «Está escrito: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”».

Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”». Jesús le dijo: «También está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”».

De nuevo el diablo lo llevó a un monte altísimo y le mostró los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: «Todo esto te daré, si te postras y me adoras». Entonces le dijo Jesús: «Vete, Satanás, porque está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”». Entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se acercaron los ángeles y lo servían.

 

COMENTARIOS

Un ángel en el cielo de nuestras ciudades.

Avvenire, el evangelio por Ermes Ronchi, I Domingo de Cuaresma A

Como en una parábola de nuestros días, trato de imaginar el evangelio de las tentaciones en la ciudad que mejor conozco: Milán. El diablo trajo a Jesús a la metrópoli, la capital de las finanzas y la moda. Lo colocó en lo alto de la aguja central de la Catedral y le mostró la ciudad a sus pies: el Castillo, la Bolsa, el cinturón de bancos, el estadio, las calles de la moda. Y había una multitud en la calle principal, el Corso, turistas y policías. Uno de los mendigos agarraba a un perrito en su regazo, tal vez por un poco de calor, tal vez para activar una pizca de piedad. Sobre el asfalto gris, confetis y serpentinas de carnaval, y la lluvia ligera de finales de invierno. Alguien, de ojos tristes y piel oscura, vendía las últimas rosas a los transeúntes. Mirando de cerca, se veía también a los que se dejaban ir: a la soledad, a la vejez, a la depresión, a los que se dejaban morir por las drogas o por el dolor.

Entonces el diablo le dijo a Jesús: “¡Todo esto es mío! ¡Todo será tuyo si te arrodillas ante mí!”. Señor, ¿por qué no lo has llamado mentiroso? Diciéndole, y diciéndonos, que no es verdad, que no todo es suyo, que la ciudad no es su reino, que hay hombres buenos y niños y enamorados y poetas. Déjame mostrarte una cosa, Señor, precisamente a ti que no reaccionaste. En la ciudad, que el Enemigo llama suya, hay lugares donde las lágrimas se secan a lo largo del día, donde mujeres y hombres interceden por la ciudad, la vinculan al cielo, y otros que tratan de hacer algo útil para los demás. Hay madres que dan la vida por sus hijos y personas honestas hasta en las cosas pequeñas; hay padres que transmiten justicia a sus hijos y ojos rectos. Está el grito del mal, lo escucho con fuerza, y me aturde durante días, pero más aún está el silencioso ascenso del bien. Señor, si miras bien en la ciudad que el diablo llama suya, no sólo hay la competitividad, puedes encontrar pasión por la justicia, el susurro de la honestidad, personas sinceras sin motivos ocultos. Y si te acercas un poco, me puedes encontrar también a mí, porque yo también estoy aquí y soy de los que aún creen en el amor, y no consultan con sus miedos sino con los sueños. ¡Tírate, los ángeles vendrán a llevarte en sus manos! Sé que vendrán, cuando con el mayor salto de fe, me lance a Ti el día de mi muerte, confiado. Si hay un ángel en el cielo de Milán, te pido que me acompañes en mi último viaje, tomándome de la mano, porque tengo un poco de miedo, y dime sólo esto en ese último trecho de cielo: ¡”Ven, tú que has tratado de amar, tu deseo de amor ya era amor”! No pido nada más, solo que lo digas con una sonrisa.

 

Cristo ha vencido al demonio. I DOMINGO DE CUARESMA

  1. Raniero Cantalamessa, ofm

Con el primer Domingo de Cuaresma se inicia para la Iglesia el segundo de los así llamados «tiempos fuertes» del año. «Fuerte» porque es grande el misterio, que nos viene recordado, la muerte- resurrección de Cristo; «fuerte» igualmente por el empeño mayor que se le pide a todo creyente en su lucha contra el mal y en su solidaridad con los necesitados. Yo quisiera hacer de este tiempo la ocasión para profundizar en nuestro conocimiento de la persona de Jesús. Hasta ahora le hemos dado la precedencia a los problemas existenciales del hombre: el dolor, la pobreza y la familia. Jesús cada vez nos daba su palabra iluminadora sobre los diversos problemas; pero él no era el centro de la disertación. Ahora, quisiéramos que fuese él mismo el sujeto primario de nuestro interés. Mas, incluso hablando de Jesús, no nos alejaremos del terreno concreto de la vida, que hemos seguido hasta aquí, porque de él nos interesará no tanto lo que él «es» en sí y en abstracto, cuanto lo que él «es» y «hace» por nosotros.

El Evangelio de este primer Domingo nos permite tocar un primer punto importante en este sentido. Jesús es aquel que libera a la humanidad de las potencias demoníacas, de la angustia y del miedo del demonio. «Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo». Con estas palabras comienza el incidente de las tentaciones de Jesús en el desierto. Al inicio y al fin de la frase, son puestos en fuerte realce los dos protagonistas del suceso: Jesús y el diablo. El demonio, el satanismo y otros fenómenos interrelacionados son hoy de gran actualidad e inquietan no poco a nuestra sociedad. Nuestro mundo tecnológico e industrializado abunda de magos, hechiceros de ciudad, ocultismo, espiritismo, declaradores de horóscopos, vendedores de hechizos, de amuletos e incluso de sectas satánicas propias y verdaderas. Arrojado fuera por la puerta, el diablo ha vuelto a entrar por la ventana. Esto es, habiendo sido arrojado por la fe ha vuelto a entrar con la superstición. Planteémonos algunas preguntas sobre este asunto.

Primero: ¿existe el demonio? Esto es, ¿la palabra demonio en verdad indica una realidad personal cualquiera, dotada de inteligencia y voluntad, o es simplemente un símbolo, un modo de decir, para indicar la suma del mal moral del mundo, el inconsciente colectivo, la alienación colectiva, etc.? Muchos, entre los intelectuales, no creen en el demonio, entendido en este primer sentido. Pero se debe hacer notar que grandes escritores y pensadores, como Goethe y Dostoievski han tomado bastante en serio la existencia de Satanás. Baudelaire, que no tenía ciertamente ni una pequeña cana de santo, ha dicho que «la mayor astucia del demonio es hacer creer que él no existe». En el Evangelio se habla larga y difusamente de la liberación de endemoniados. Pero la prueba principal de la existencia del demonio no está aquí, porque al interpretar estos hechos sin más pueden haber influido, a veces, las antiguas creencias sobre el origen de ciertas enfermedades. La epilepsia, por ejemplo, contrariamente a cuanto se pensaba en la antigüedad, no tiene nada que ver con el demonio: es una enfermedad como las demás que hoy, entre otras cosas, llega a curarse o al menos a tenerla bajo control. No, la verdadera prueba no está en los posesos sino en los santos. En ellos Satanás está obligado a presentarse al descubierto, a ponerse «contra la luz». Jesús que fue tentado en el desierto por el demonio, ésta es la prueba. La prueba son asimismo tantos santos, que han luchado en la vida con el príncipe de las tinieblas. Ellos no son unos «don Quijotes» que han peleado contra molinos de viento. Al contrario, eran hombres muy concretos y de una psicología sanísima. San Francisco de Asís confió una vez a un compañero: «Si los hermanos supieran cuántas y qué tribulaciones yo sufro de los demonios no habría ni uno que no se pusiera a llorar por mí». Entonces, ¿por qué tantos encuentran un absurdo creer en el demonio? Yo tendría al respecto una explicación. Es porque ellos se basan en libros, pasan la vida en las bibliotecas o en las mesas de consulta, mientras que al demonio no le interesan los libros sino las personas, especial y precisamente, las que se deciden a tomar en serio a Dios y a los santos. ¿Qué puede saber sobre Satanás quien no ha tenido nunca nada que ver con la realidad de Satanás sino sólo con su idea, esto es, con las tradiciones culturales, religiosas, etnológicas sobre Satanás? Por costumbre, éstos tratan de este argumento con gran seguridad y superioridad liquidándolo todo como si se tratara de un «oscurantismo medieval». Pero ésta es una falsa seguridad. Es igual como quien se vanagloriase de no tener miedo alguno a un león, aduciendo como prueba el hecho de que lo ha visto muchas veces pintado o fotografiado y nunca se ha asustado. Por otra parte, es del todo normal y coherente que no crea en el diablo quien no cree en Dios. Sería hasta trágico si alguno que no cree en Dios creyese en el diablo.

Segunda pregunta: ¿qué tiene que decimos la fe cristiana acerca del demonio? La cosa más importante no es que el demonio existe, sino que Cristo ha vencido al demonio. Un pasaje de la Escritura dice: «Por tanto, (Jesús ha venido) para reducir a la impotencia mediante su muerte al que tenía el dominio sobre la muerte, es decir, al diablo, y liberar a los que, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud» (Hebreos 2,14-15). En rigor de términos, ni siquiera es justo decir que nosotros creemos «en el» demonio, ya que «creer» significa tener confianza o confiarse y nosotros no tenemos ciertamente confianza en él. Creemos «al» demonio, en su existencia, no creemos «en el» demonio. Cristo y el demonio no son para los cristianos dos principios iguales y contrarios como en ciertas religiones dualísticas. Jesús es el único Señor; Satanás no es más que una criatura «que ha ido al mal». Si a él se le ha concedido poder sobre los hombres es para que los hombres tengan la posibilidad de poder hacer en libertad una elección de campo y asimismo para que «no se monten en la soberbia» creyéndose autosuficientes sin necesidad de algún Redentor. Satanás es «aquella potencia que quiere siempre el mal y, a pesar suyo, realiza el bien» (Goethe). Sirve en efecto para castigar a los malos y para purificar a los buenos. «El viejo Satanás está loco, dice un canto espiritual negro. Ha disparado un dardo para destruir mi alma; pero ha errado el punto de mira y ha destruido por el contrario mi pecado». Cree separar a una persona de Dios y, por el contrario, separa muchas veces el pecado de aquella persona. Con Cristo no tenemos nada que temer. Nada ni nadie puede hacernos mal, si nosotros mismos no lo queremos. Satanás, decía un antiguo padre de la Iglesia, después de la venida de Cristo es como un perro atado en la era: puede ladrar y abalanzarse contra uno cuantas veces quiera; pero si no somos nosotros los que nos acercamos, no puede morder.

En fin, una tercera pregunta: en la práctica ¿cómo regularse en un campo como éste, en el que reina tanta confusión y facilidad? Esta es una materia delicada en la que es fácil ilusionarse y confundirse. Se ilusiona cuando se le atribuye directamente al demonio cada error nuestro sin tomar en serio nuestras responsabilidades y sin afrontar la raíz del mal, que está en nosotros. Se imita a Eva: «La serpiente me sedujo» (Génesis 3,13). Se confunde cuando se comienza a atribuirle al demonio todo género de fenómenos y estorbos morales o físicos viéndole actuando por todas partes. Un sano discernimiento de los espíritus debe servir también para no hacemos representaciones grotescas y materialistas del demonio, que la sana conciencia moderna no podría y con razón más que refutar. Yo dudo de la casi totalidad de los casos de posesión diabólica que terminan en los periódicos. Satanás es mucho más «discreto» y gusta del anonimato. Los verdaderos casos en que se encuentra en serio su presencia son frecuentemente los que permanecen escondidos, son las batallas subterráneas. En la mayoría de los casos se trata de «infestación» más que de «posesión» diabólica, esto es, de estorbos inducidos desde el exterior, no de un dominio sobre el alma de una persona. Por lo tanto, nada de exorcismos fáciles. Y, sobre todo, nada de exorcismos facilones. Jesús ha dicho que los demonios «no se arrojan si no es con la oración» (Marcos 9,29) y el mundo está hoy lleno de gente que cree arrojarlos por profesión y por especiales poderes de los que dispondrían. Naturalmente, con espléndidas compensaciones. A veces se pueden obtener por esta vía beneficios momentáneos. Satanás, si se trata de él, es capaz hasta de alejarse, hacer el gesto como de rendirse para engañar. Se llega a hacer creer que hay alguno, fuera de Cristo, que lo puede dominar, que ha obtenido ya un resultado importantísimo. Esto no quiere decir que no se deba tener cuidado de muchas personas que sufren molestias en este campo o por incautos contactos con el mundo de las tinieblas o por maldad, especialmente después de que se han intentado en vano todos los remedios de la medicina y de la psiquiatría. Pero esto no puede ser abandonado a la iniciativa de cada uno. Ciertamente, todos pueden pedirle a Dios (como, de hecho, lo hacemos en el Padre nuestro) para que nos libre «del maligno» (Mateo 6,13). Pero sólo los sacerdotes, encargados por el obispo, tienen la potestad de realizar verdaderos y propios exorcismos en la Iglesia católica. Yo tengo gran respeto por quien se dedica con seriedad a este ministerio de la misericordia, porque me imagino cuán duro pueda ser ello.

Debo apuntar, antes de concluir, a un triste fenómeno del que deben tener conocimiento los padres. En ciertas escuelas, especialmente en las grandes ciudades o por juego o por voluntad de desobedecer los muchachos son iniciados en prácticas y ritos turbios, a estipular pactos así llamados satánicos, por algún compañero más escéptico. Muchos están en el juego sólo para no pasar como miedosos. El resultado es que frecuentemente los muchachos salen de estas experiencias traumatizados, llenos de terror, especialmente nocturno, gravemente dañados en su equilibrio y en su mismo rendimiento escolar. Si por cualquier comportamiento extraño sospecháis que una cosa del género le puede haber sucedido a alguno de vuestros hijos, no dramaticéis. Buscad más bien hacerle hablar. Si habla, ha roto el chantaje del que era víctima. Tranquilizadle, diciéndole que Jesús le ama, que ya ha perdonado su inexperiencia, y no permitirá nunca que alguien pueda hacerle mal. Invitadle a orar y a acercarse al sacramento de la reconciliación. Pero repito, no debemos tener miedo. ¡Jesús en el desierto se ha liberado de Satanás para liberamos a nosotros de Satanás! Es la alegre noticia con que iniciamos nuestro camino cuaresmal hacia la Pascua.

 

Iglesia en Aragón. Comentario a las lecturas. Domingo 1º Cuaresma, ciclo A.

Primera tentación:

Jugar con ventaja. Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan.  ¿Por qué vas a pasar hambre si eres el Hijo de Dios? No tienes que trabajar…ni siquiera tienes que molestarte de ir a la panadería a comprarlo. Puedes convertir todas estas piedras en panes ¡Aprovéchate de que eres el hijo de Dios! Y Jesús pensó: ¿Cómo se ganan el pan los pobres, mis hermanos más queridos? “Con el sudor de su rostro”. Yo quiero ser como mis hermanos. No quiero ventajas, ni enchufes, ni recomendaciones, ni privilegios. Quiero ganarme el pan trabajando como ellos. Durante su vida privada, trabajando en un taller. Jesús puede enseñar las manos encallecidas de un obrero. Y usó las herramientas de entonces, las que usaba todo el mundo en su oficio. “En todo semejante a sus hermanos, excepto en el pecado” (Hebreos, 4,15).  Es verdad que Jesús multiplicó los panes en el desierto, pero no para Él sino para la gente hambrienta que podría desfallecer en el camino.

Segunda tentación.

Vivir de milagros. “El diablo llevó a Jesús a la ciudad santa, y lo puso en el alero del Templo” y le invitó a tirarse sin miedo porque los ángeles le recogerían. Y Jesús piensa:  Si un hermano o una hermana mía se tira del pináculo se rompe la cabeza. Yo no quiero usar de privilegios, sino que quiero, como uno más, seguir las mismas leyes de la gravedad…Y porque no quiero romperme la cabeza, por eso no me tiro. La tentación apunta a un mesianismo fácil, triunfalista. Si te tiras abajo y los ángeles te recogen…serás el más famoso de Israel. Tu fama correrá hasta Roma. Serás grande. Y Jesús piensa en la cantidad de gente sencilla y humilde que ha pasado por la vida haciendo el bien y que se ha muerto sin salir en la prensa, sin tener fama. Y ha trabajado y luchado… Yo quiero ser como ellos. No quiero vivir de milagros.  Así, viviendo como los demás, seré más hermano.

Tercera tentación.

No complicarse la vida… Es una tentación grosera, burda. No pudo realizarse así. El Demonio es más listo… «Todo esto te daré”… ¿De dónde se saca el demonio que el mundo es suyo? ¿Dónde tiene el título de propiedad? El mundo es de Dios porque Él lo ha creado… Y más «Si me adoras»… ¿Qué pretensiones son esas de querer poner a Dios a sus pies?… La tentación se la presentó de esta otra manera. Tú tienes un Reino, el reino del bien… Yo tengo otro, el del mal. Yo para el mal uso unas técnicas especiales. Tengo una estrategia. que nunca falla: Azuzo las pasiones…, la vanidad, el deseo de poder, la mentira, la violencia, el sexo fácil. Yo no digo que vas a usar estas armas porque son pecado. Pero para ese Reino del bien, usa por favor otros medios… cambia de táctica. No hables tanto de darse, de entregarse, de sacrificio, de servicio desinteresado… Y, sobre todo, ni se te ocurra nombrar la Cruz porque te vas a quedar solo. Puedes llevar a cabo tu obra, pero sin complicarte tanto la vida. Puedes salvarnos lo mismo muriendo en tu cama… sin sufrir tanto… Y Jesús rechaza esta tentación. Él debe seguir el camino que su propio Padre le ha marcado.

 

Alfa y omega. La Cuaresma: una búsqueda de la Verdad

Celebramos el primer domingo de Cuaresma. Comienza así el catecumenado cuaresmal, que desembocará en el Bautismo o en la recuperación de la gracia bautismal. El Evangelio presenta el relato de las tentaciones de Jesús, que pone de relieve cómo el diablo invita al Señor a vivir de manera ventajosa, a aprovecharse de su condición de Hijo de Dios.

En la primera tentación se le ofrece a Jesús algo aparentemente bueno: «Si eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes». El diablo lo invita a utilizar su condición divina y a no sufrir las penas y el dolor de tanta gente para conseguir el pan de cada día. Sin embargo, Jesús rechaza las ventajas y los privilegios. Él escoge el camino humilde de sus hermanos.

En la segunda tentación, «el diablo llevó a Jesús a la ciudad santa, y lo puso en el alero del templo». El diablo lo invita a que se tire para que lo recojan los ángeles. La propuesta es creer que vino a este mundo para utilizar sus privilegios de Hijo de Dios. Sin embargo, la respuesta de Jesús nuevamente tiene como referente a los sencillos y a los humildes.

Finalmente, en la tercera tentación el diablo hace su oferta a Jesús: «Todo esto te daré si te postras y me adoras». Pero, ¿de quién es el mundo? ¿Acaso no está ofreciendo el demonio algo que él no ha creado y que no le pertenece? El diablo está buscando ponerse en el lugar de Dios para recibir adoración. En el fondo, la invitación del maligno es a olvidarse del camino trazado por el Padre: un camino de sacrificio y de entrega, que pasa por la cruz.

Por tanto, en esta página evangélica Jesús aparece expuesto al peligro, se ve asaltado por la seducción del diablo, que le presenta un camino muy diferente del plan de Dios, lleno de poder, de éxito y de dominio, muy alejado de la entrega total y de la donación de la vida hasta sufrir la muerte.

Iniciamos el tiempo de Cuaresma. Nos unimos a esa parte de la vida del Señor, previa a su actuación pública y misionera, que fue el ayuno en el desierto durante cuarenta días. Un ayuno que, por un lado, recuerda todo el camino del pueblo de Israel hasta llegar a la Tierra Prometida y, por otro, rememora las pruebas y tentaciones que ese camino conlleva para Israel y para toda persona. De este modo, la humanidad de Jesús no quiere perder esta experiencia, mediante la cual se une a la humanidad tentada.

La Cuaresma es un periodo de búsqueda de la Verdad y de nuestra propia verdad. Es un tiempo para desnudarse espiritualmente, para ponernos ante Dios tal y como somos, sin justificaciones, sin falsas razones. Es un periodo propicio para la desnudez del alma, para dejar que la Luz de Dios, que es su Palabra, entre hasta el fondo del corazón, se dilate la conciencia y empecemos a saber quiénes somos bajo la mirada de Dios. Porque lo que somos ante Dios es lo que somos realmente. No somos lo que dicen los de fuera, tanto si nos aplauden como si nos rechazan. Somos lo que somos ante Dios

Ojalá que en el fuego pascual de la vigilia de la noche del Sábado Santo todos quememos espiritualmente las falsas caretas que nos hemos ido creando a lo largo de la cuarentena, para que resplandezca la Luz de Cristo, la Verdad, que es lo contrario de la oscuridad, del anonimato y del ocultamiento.

Si podemos proponer la Cuaresma como una búsqueda de la Verdad, esa búsqueda sería equivalente a la recuperación de nuestra infancia bautizada, de nuestra infancia santa y agraciada, de nuestro ser bautismal. Se trata de recuperar nuestro Bautismo, que nos convirtió en templos del Espíritu Santo y que hizo que, aun cuando no podíamos hablar porque no teníamos palabras, rezáramos con gran intensidad porque el Espíritu Santo gemía en nuestro interior y no había pecado en nosotros que impidiera la llegada de nuestro grito al Padre.

Durante la Cuaresma dejemos que la Verdad de la Palabra entre nosotros, confesemos nuestro verdadero ser e intentemos recuperar la conciencia verdadera y real desde la misericordia de Dios.