Homilía. VI Domingo de Tiempo Ordinario

La gente quiere ser feliz. Todo el mundo quiere ser feliz. Y se buscan los medios para ello: el dinero, el bienestar, el poseer, la seguridad, el éxito, la satisfacción de placeres, la buena imagen, los viajes… son objetivos a conseguir. Pero, eso sí, todas giran en torno a lo mismo.

Y procuramos satisfacer, inmediatamente cualquier deseo, sin discriminar a veces si se trata de un deseo superfluo o necesario; y, a ser posible, sin sacrificios ni renuncios. Y no aceptamos los límites de ser hombres: el dolor, la enfermedad, el envejecimiento, la muerte… no queremos contar con ellos, y cuando llegan… se convierten a menudo en fuente de frustración y miedo.

Y aparece la soledad como inseparable compañera de mundos que no la soportan.

Y resulta que hoy tenemos, al menos en el primer mundo, muchas cosas y muchos medios impensables hace tan solo 15 años. Pero no sabemos ser felices con tantos adelantos.

Pero… ¿y si Jesús tuviera razón y resulta que seremos más felices solo cuando aprendamos a necesitar menos y a compartir más?

¿Y si… dejáramos de creernos el centro de todo, y renunciáramos a pensar solo en nosotros, a estar tan preocupados por nuestras cosas?

¿Y si fuera cierto que la mayor, la auténtica, la verdadera felicidad, está en el compartir? Que seré más feliz cuando piense en los demás antes que en mí; cuando no me cierre a los demás, sin o me abra a los que me rodean.

Jesús no hizo milagros porque no creyera en la enfermedad sino porque le gustaba ver a la gente feliz.

Ay, si nosotros descubriéramos que cuanto más felices hagamos a los demás, más felices seremos nosotros.

Ojalá aprendamos a pensar en los demás antes que en nosotros mismos. Ahí descubrimos la felicidad que Jesús nos promete. Felices, alegres, bienaventurados nosotros si buscamos la felicidad de los demás. Y, entonces, seremos sus discípulos de verdad.

Fuente de la Imagen: https://www.elcorreo.com/sociedad/payasos-vascos-hospital-20200506184354-nt.html.