SEGUNDA PALABRA:

“Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el Paraíso”

La cruz es símbolo de amor, de entrega, de sacrificio. La cruz no es solo de Cristo; sino que todos tenemos la nuestra. Creo firmemente que en nuestro via crucis personal que es la vida, adoptamos siempre dos posiciones: la de crucificado y la de observador. Todos nos ponemos tarde o temprano en el lugar de María, de Juan o de aquella a la que llamaban La Magdalena. Observamos, impasibles, fieles y llenos de amor a aquellos que en nuestro camino miran su realidad desde lo alto de la cruz. Y al revés, cuando somos nosotros los que sufrimos el dolor de los clavos, los que sentimos el padecer de nuestros problemas, solo podemos perdonar a los que nos miran desde los pies de la cruz. A todos nos llega nuestra crucifixión particular cuando afrontamos cara a cara los problemas con la única salvedad de que Jesús no se enfrentó a sus problemas, sino que los nuestros los hizo suyos por la razón más pura que existe, el amor.

Acercándonos un poco a la situación actual hemos de poder encontrar estas palabras reflejadas en nuestros sanitarios. Ellos y ellas afrontan cada día con más fuerza la adversidad que se nos presenta. Agarran su cruz y día sí, día también se exponen, se entregan y dan la vida. Que fácil le hubiera sido a Jesús negarse a todo aquello, haberse escondido o haber hecho lo posible por qué no hubieran ocurrido aquellos acontecimientos. Pero allí estuvo, el primero, al pie del cañón por todos y cada uno, por cada persona que sufría por el pecado que es la peor de las enfermedades. Cristo usó un remedio mayor para combatir esta terrible enfermedad.

Cierto es que en su camino hacia la mayor de las heroicidades fue acompañado. Seguido constantemente por miradas atentas y, aunque esquivas y equivocadas en ciertos momentos, llenas de cariño y empatía. Adoptamos nosotros ese papel, el de observar y, sintiendo una impotencia infinita, acompañar y dar apoyo desde nuestros balcones con nuestras miradas atentas y aplausos enérgicos. ¡Cuánto nos gustaría poder coger una escalera y bajar a Cristo de la cruz con nuestras manos! ¡Cuánto nos gustaría quitarnos ese papel de meros observadores y dejar de mirar con compasión a Cristo para poder entrar a la acción y participar de su misión!

Sin embargo, ¡esto es posible! Dejemos de actuar con pasividad, dejemos de mirarle desde los pies de la cruz y ayudémosle a dar con el cambio. Porque son en estos momentos de miedo, de incertidumbre cuando más juntos tenemos que estar, entre nosotros y con Jesús. Apoyémonos en su cruz y confiemos pues, aunque lo vemos clavado en el madero, nos da fuerza en todo momento. Él nos pide que no nos olvidemos de su presencia, que nos cuida y que no perdamos la fe dudando por muy difícil que se pongan las circunstancias. Que en nuestro papel de observadores no perdamos el camino hacia a Él y confiemos más y más fuerte en sus palabras: “Yo soy el camino, la verdad y la vida, el que crea en mí, aunque muera, vivirá” y “en verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso”.