En estos momentos donde ya hemos empezado el adviento, el tiempo de renovar nuestro corazón para mejorarlo y prepararlo para la venida del salvador, nos encontramos con una festividad realmente importante, el día en que celebramos la inmaculada concepción. Este día para todos los cristianos es un día muy importante en el que vemos que María se convirtió en un ser humano igual que todos nosotros, pero presentaba algo especial y único, ella estaba llena de la presencia de Dios. Y gracias a su valiente espíritu y su plena confianza en el Señor, permitió la Encarnación de Jesús convirtiéndose así en un puente entre Dios y toda la humanidad. Gracias a este acontecimiento podemos poner el punto de partida de lo que a día de hoy llamamos cristianismo. Podríamos decir que esta religión comenzó cuando una mujer llena de valentía accedió a que Dios obrara el mayor milagro, es decir, gracias a su Sí incondicional a la voluntad del Altísimo se produce el mayor deseo de Dios de convertirse en uno con nosotros.
Esta mujer, María dentro de una sociedad donde no se tenía en cuenta ni el deseo ni la voluntad de las mujeres, hace frente a tener un hijo fuera del matrimonio abriendo así las puertas a la salvación de todos nosotros, de toda la humanidad. Esto refleja también lo revolucionarias que son todas las enseñanzas de Jesús.
La devoción que debemos a María, a nuestra madre es seguir su camino, imitando su vocación y su misión, abrirnos completamente en espíritu y en corazón a Dios, dejando que el haga lo mejor de nosotros, gracias también a la intercesión del Espíritu Santo. Debemos también hacer frente al pecado, al mal y para ello el único camino es lanzarnos a la Fe. Este es el camino que nuestra madre nos dejó, no abandonar a Dios para darnos a su vez a los demás, cuanto más unidos estamos al Señor más unidos estaremos a nuestros hermanos, siendo capaces a su vez de dejar atrás todo lo que nos acerca al mal y nos aleja del bien.
En este tiempo de adviento vamos a acudir a ella, en busca de la esperanza, de la tranquilidad y del amor para acoger al igual que hizo ella a su hijo de la mejor manera no material, sino espiritual.