CUARTA PALABRA:

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

La cuarta palabra, quizás la más dura de escuchar o, al menos, la más desconcertante para nosotros, pues en ella, Jesús expresa su sufrimiento como Dios hecho hombre en la cruz, el momento en que vemos que el Señor, así como Dios, también es hombre. Un hombre que siente soledad, que se hunde al ver cómo ha sido abandonado por los mismos discípulos a los que él amaba. Habiendo sido torturado, insultado y flagelado, viendo como los mismos que lo aclamaron, ahora, lo condenan. Y en todo esto, curiosamente encontramos claramente una cohesión con lo que él predicó anteriormente: y es que, nadie tiene amor más grande que el que él da la vida por sus amigos.

Pues, es lo que estaba haciendo. Y no solo eso, también estaba dando la vida por sus enemigos. Aquellos que lo crucificaron. Aquellos que deseaban verlo muerto. Porque en el momento de su sacrificio, Jesús convierte en amigos a todos, pues un amigo es aquel que se priva de cualquier cosa para ofrecértelo, si tu realmente lo necesitas. Aquel que edifica contigo en vez de destruir contra ti. Aquel que, si puede, te salva. Realmente no creo que esto sea un grito de reclamo a Dios Padre. Si no más bien es un grito de dolor por abandono del hombre que no quiere ser salvado. Y a la vez es un grito de esperanza, pues él sabe que con esa acción está salvando a todos los que acaba de convertir en sus amigos.