Dice la Palabra de Dios: «Feliz el que, con vida intachable, camina en la voluntad del Señor; feliz el que, guardando sus preceptos, lo busca de todo corazón». Feliz, sí. Y esa es la razón. No otra. Ya en un principio Dios nos regaló los mandamientos no para que los cumpliéramos, sino para que encontrásemos el camino de la auténtica felicidad. ¿Cuándo se traspasó esa barrera? ¿Cuándo se nos olvidó que Dios solo quería que fuéramos felices y lo convertimos en un legislador ejecutor de condenas cuando en algo no le obedecíamos y nos condenaría el infierno eterno? ¿Cuándo?…

Y normal que temamos a ese Dios. Con miedo real a no serle fieles. Por las consecuencias horribles…

Yo solo sé que soy incapaz de creer en un Dios así, que me ha creado, me ha traído al mundo, me ha formado, para someterme a él y obedecerle. ¿Ese es un Dios amor?…

Y me pregunto: ¿es más feliz el que mata o el que no? ¿El que roba o el que no? ¿el que envidia o el que no?

Ay, esta revelación era solo el principio, y es increíble lo poco que tardaron muchos en tergiversar el amor de Dios convirtiéndolo en un mero juez implacable contra el pecador.

Pero Dios no se rindió. Su amor siempre será más fuerte que nuestra torpeza humana. Y se encaró. Se hizo hombre. Y nos trajo la revelación definitiva. Y ya no solo nos marcó el camino de la felicidad con las cosas que no deberíamos hacer, sino que nos mostró cómo caminar por él con las cosas que sí podíamos hacer. Ya no se trataba solo de no matar, sino de amar; ya no se trataba solo de no hacer mal las ofrendas para el altar, sino de prepararlas reconciliándote primero con tu hermano; ya no se trataba solo de no cometer adulterio, sino de vivir en fidelidad y amor; ya no se trataba de no jurar en falso, sino de siempre decir la verdad.

Claro que… la Palabra de Dios nos avisa: «hablamos de sabiduría ante perfectos, pero una sabiduría que no es de este mundo»; «una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria».

No, no podemos entenderlo. Solo creerlo y aceptarlo desde la fe. Porque la revelación irá a más: presentar la otra mejilla, amar al enemigo, perdonar al contrario, dar la vida por quien «no lo merece».

Es verdad: humanamente hablando, todo esto no tiene sentido. Pero, ¿y si es verdad que Cristo muerto en la cruz es nuestro Dios? ¿Y si fuera verdad que la creación no es otra cosa que una explosión del amor de Dios para que nosotros participemos de su mismo amor?…

Fuente de la imagen: https://unsplash.com/es/s/fotos/god-is-love