Pues nada, que este mes me ha tocado a mi, y precisamente me ha tocado hablar de los ancianos. Pero claro, el otro día cuando me lo plantearon me puse a pensarlo y dije, ¿Qué significa anciano para mi? Y bueno, después de haberle dado unas cuantas vueltas, llegué a la conclusión de que bajo mi punto de vista, la palabra anciano no existe. ¿Pero cómo no va a existir? Un anciano es una persona mayor, con una cierta edad, incapaz de hacer ciertas cosas (el pino, por ejemplo), con la piel arrugada…y un largo etcétera. Pues no, para mí eso no es un anciano, y estoy segura de que para el Señor, tampoco lo es. ¿Alguna vez nos ha dado por pensar la inocencia que tienen los abuelos, por ejemplo, con sus nietos? ¿Alguna vez hemos sido conscientes de que no hay maldad en sus corazones? He de confesar que yo no había sido del todo consciente de esto hasta el otro día. Pero claro, cuando nos damos cuenta de ello, nos sale preguntar ¿a qué se debe esa actitud? A priori la respuesta que damos es, porque los abuelos aman a sus nietos, y no quieren que les pase nada malo, quieren que sean felices y que todos sus sueños se cumplan… Y sí, todo eso es muy bonito, pero yo no me quedaba conforme y al final caí en la cuenta de que si las personas que más años tienen de nuestra familia actúan así es porque por mucho que tengan la piel arrugada y el pelo cano, su corazón de niños permanece en su interior, y de él nace toda esa inocencia y bondad con la que actúan.
Y qué bonito es que el Señor nos haya hecho este regalo. «Dejad que los niños se acerquen a mí» le dijo Jesús a sus discípulos. Pues, que teniendo a ellos de ejemplo, no perdamos jamás ese corazón de niños inocente y bondadoso que nos ayude a continuar por el camino, la verdad y la vida del Señor.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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