SEPTIMA PALABRA:

“Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”

Si estuviéramos nosotros en el mismo lugar que Jesús, a punto de morir, seguramente nos inundaría el miedo. Y si tuviéramos la más mínima oportunidad de bajarnos de esa cruz seguramente lo haríamos. Si hubiéramos tenido que sufrir todo lo que sufrió Jesús durante su camino a la cruz desde que fue condenado, y hubiéramos tenido la mínima oportunidad de librarnos de ese castigo, la aceptaríamos, y la razón de ello es básicamente porque somos humanos, y queremos seguir viviendo en nuestra vida terrenal, queremos seguir disfrutando de nuestros días con los nuestra familia y amigos, y queremos envejecer habiendo vivido todo lo posible al máximo. Seguramente, si Dios nos hubiera hablado y nos hubiera dicho que esa es su voluntad, nos habríamos negado, habríamos huido. Además, nuestras últimas palabras no hubieran sido ni de lejos: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Probablemente serían unas palabras de súplica para acabar con ese sufrimiento que estaríamos padeciendo en esa cruz. Y seguramente, nos hubiéramos sentido muy solos en ese momento, abandonados por Dios, como Jesús se sintió, preguntándonos… ¿qué hemos hecho para acabar así? ¿Tanto te hemos decepcionado? ¿Esto es un castigo? Pero, Jesús ya no pensaba así. Jesús mostraba, con estas palabras, en sus últimos segundos de vida, la mayor confianza y amor que se puede ver en Dios, y que probablemente muchos no podamos ni comprender.

               Y es que, puede que la diferencia entre nosotros y Jesús sean nuestras prioridades. Nosotros le damos demasiada importancia a la vida terrenal, pensamos que es lo más importante y nos pasamos toda nuestra vida temiendo a la muerte, pero este es un pensamiento normal, ya que es nuestro pensamiento humano. Sin embargo, alguien que cree de verdad en Dios no teme a la muerte, pues ¿qué es la muerte sino el comienzo en la vida eterna junto a nuestro Padre? No nos damos cuenta de que la vida terrenal no es más que un sendero que nos lleva hacia la vida eterna junto a Dios. Es cierto que esta vida terrenal es importante, ya que en este camino crecemos y nos forjamos como buenas personas e intentamos seguir la vida que Jesús nos enseñó, usando como combustible el amor de nuestro Padre, que nos ayuda a superar los obstáculos que se nos presentan y nos da la fuerza para enfrentarlos. Pero todo esto no tiene ninguna importancia si no llegamos a nuestra ansiada meta. Cuando nos morimos, únicamente perdemos nuestro cuerpo, pues nuestro espíritu va hacia las manos de Dios, hacia nuestra salvación. Cuando nos morimos, no morimos de verdad, sino que pasamos a vivir entre los brazos de nuestro Padre.

               Es por ello por lo que Jesús, en aquellos instantes no temería a la muerte, y por ello se entregaba a Dios, sabía dónde ponía su alma. Sabía que había cumplido todo lo encomendado por Dios y era el momento de descansar de la vida terrenal, y de reencontrarse con su Padre, el mismo que nos lo había entregado por amor. Porque no debemos olvidar que Jesús, no solo vino para darnos unos cuantos sermones, enseñarnos unas cuantas moralejas, mostrarnos otros cuantos milagros o sus proezas, todo aquello que hemos estado escuchando desde pequeños. Sino que él vino a la tierra para salvarnos a todos nosotros, y que murió en la cruz para librarnos de todos nuestros pecados. Y es que, Jesús estuvo cargando no solo con su cruz, sino con la de todos nosotros, nos libró de nuestra cruz y murió por ella. Por ello, pudo encomendarse a su Padre sin ningún temor, él había cumplido su misión.

               Ojalá algún día descubramos lo que tiene preparado Dios para nosotros, cumplamos su misión y seamos capaces de encomendarnos a Dios como lo hizo Jesús, porque de esta manera habremos conseguido estar plenamente en amor con él.