La parábola del sembrador… ¿Cuántas veces habrás escuchado esta parábola? Y si… puede que a grandes rasgos la consigas entender, de hecho, hasta podríamos considerarla una de las más obvias, un señor siembra y de forma totalmente aleatoria, las semillas caen en diferentes sitios, y dependiendo del lugar en el que caigan, tienen un futuro.

Bajo mi punto de vista, nuestro problema está en entenderla, sí, el concepto de la semilla está pillado y hasta un niño podría entenderlo. Y es que, para variar, los cristianos nos quedamos en lo más superficial de esta parábola.

Y eso en esta parábola es relativamente fácil, nos dedicamos a ser semillas lanzadas por un sembrador que aleatoriamente vamos a parar a un lugar y si no tuviésemos fe, la culpa sería de este.

Por otro lado, como cristianos, el simple hecho de considerarnos de tal condicione, nos creemos mejor semilla que los otros que ni siquiera pisan una iglesia. Y como podría ser peor… pues nos conformamos con el lugar de nuestra semilla, al final lo de caer en tierra fértil es más para santos y sacerdotes.

Pero al profundizar en tal parábola, nos damos cuenta de una cosa, al menos yo lo veo así. Los cristianos no creemos en la aleatoriedad ni en la suerte, y es que estamos acostumbrados a ver la figura de ese sembrador o bien como un agente del azar, o bien como un Dios todo poderoso que rige nuestros destinos, si algo nos enseñó Jesús es que somos libres, libres para seguirle o crucificarle.

Hay un poema escrito por el poeta inglés William Ernest Henley, que más tarde usaría Nelson Mandela que dice:

“Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma”.

Pronunciar estas oraciones podría considerarse incluso prepotencia, como si quisiéramos jugar a ser Dios, a ser el sembrador. Pero quizás esto no suena tan descabellado. Si una vez más, en vez de quedarnos en la superficie de un Dios todopoderoso que rige nuestros destinos, profundizásemos y viésemos un Dios que humaniza.

Y con el único poder del amor, se ganó su trono, una cruz… ¿de verdad en este punto sigues pensando que no puedes ser Dios?

Así es que, por mucho que caigas en el camino, ahora llega tu lucha, ahora te toca ser sembrador y hacer que esa semilla que es tu fe eche raíz. Y como dice en la parábola, no pienses que si echas raíz tienen todo el trabajo hecho, ahora te toca dar el fruto. Y ese fruto se ve en los demás. Esto puede parecer utópico, pero no te pienses que como sembrador sigues estando solo. Siempre tienes una ayuda, una fuerza, siempre ahí, a tu disposición, nadie te va a obligar a cogerla, pero una cosa ten clara, sin ella, jamás llegarás a nada y con ella llegarás a todo cuanto quieras. Sí, una vez más, del mismo royo de siempre, el AMOR DE DIOS, el que te permite ser el amo de tu destino. Y aunque suena tan abstracto, ya sabes lo que pasará si tienes la fe de un gran de mostaza.