Tenemos que aprender a perdonarnos porque el Señor siempre nos perdona.
No importa lo muy egoístas que hayamos podido ser ni lo mucho que hayamos podido llegar a liarla. No importa el daño que hayamos hecho ni los problemas que hayamos causado ni ninguna de las consecuencias que nuestro comportamiento haya podido traer consigo. No importa el cuándo, ni el dónde, ni el por qué, siempre y cuando estemos arrepentidos, porque eso es lo único que realmente le importa al Señor. No sirve de nada torturarse por el pasado, pues lo hecho, hecho está, y Dios no querría que dejáramos de disfrutar de su mayor regalo, la vida, por no ser capaces de aceptar su perdón.
Sé que suena contradictorio, porque ¿quién no querría recibir el perdón Dios? Pero la realidad es que a veces, nuestro arrepentimiento es tan grande, tan intenso y tal real, que nos bloquea y nos hace creer que no merecemos esa compasión, ese amor, esa bienvenida que el Señor siemore nos da, independientemente de lo que hayamos podido llegar a hacer. Nadie es perfecto, y por eso es importante tener el corazón abierto, confiar y dejarse llevar por el amor de Dios, el cual nos estará esperando siempre que caigamos, una y otra vez.