¿No os ha pasado alguna vez que sentís que no podéis más? ¿Qué ya habéis dado todo lo que podíais dar y no os queda ni una pizca de fuerza? Pero, lo cierto es que siempre encontramos una fuerza que nos impulsa para llegar a la ansiada meta.

Algo parecido suele pasar en las carreras de fondo. Empezamos con mucha fuerza y muy motivados, pero con forme va avanzando la carrera, las fuerzas se van agotando y cada vez nos pesa más nuestro cuerpo. Pensamos que no podemos dar un paso más cuando probablemente solo nos queden unos metros para llegar a nuestro triunfo. Entonces, pensamos en todo lo recorrido, en todo el esfuerzo realizado, en las caídas, pero también recordamos cuando nos levantamos, y en las personas que nos ayudan a preparar esa carrera. Entonces, nos invade una fuerza muy grande dentro que hace que nuestro cuerpo sea más ligero, y lo conseguimos. Hemos llegado hasta nuestro ansiado tesoro.

Pues esto mismo es lo que me pasa a mí con el Adviento. Es una carrera de fondo, muy dura, en la que nos preparamos para la llegada de nuestro ansiado premio. Es una carrera que, aunque solo dure unas semanas, son unas semanas de intenso trabajo. Y cuando a penas quedan unos días, parece que ese trabajo pesa más y más. Pero luego nos ponemos a pensar en nuestro recorrido…

Hemos analizado nuestro corazón, viendo que fallos había en nuestra vida, que nos inquietaba, que nos gustaría cambiar para ser mucho mejores de lo que ya éramos, y también hemos ido viendo que estaba bien, y se podía mejorar aún más. Luego hemos ido limpiándolo y puliéndolo, pues tenía que prepararse para albergar el mayor de los premios que podía recibir. Después hemos empezado a buscar referencias, y queremos que nuestra vida sea como ese “Sí” de María, que sea un sí a tu servicio y para el mundo. Y ahora, ya solo queda esperar a tu llegada… Solo queda esperar a que el mundo se inunde luz y paz de nuevo.

Y aunque todo este trabajo haya sido duro, ese “Sí” y esas ansias de que solo quedan unos días para que llegue esa luz que iluminará el mundo, nos impulsan para llegar hasta el final, hasta ti, Señor.

Una carrera en la que hemos ido dejando un terreno limpio para que tú puedas llenarlo de calidad y amor, y todos esos objetivos que nos propusimos al principio del Adviento, para ser mejores, sean más livianos y. Una carrera que no supone el fin, si no el comienzo de una vida de entrega para y por los demás. Una carrera que nos pone al comienzo de otra nueva, y probablemente aún más dura, la carrera del camino hacia Dios.